1º LIBRO - Realidad y Ficción
Llegó la hora de la apertura del festival. Gran parte de los ciudadanos lo estaba esperando, por ello toda la zona del Parque Yoyogi de Shibuya estaba con un ambiente cargado de ánimo y excitación. El templo estaba en el corazón del parque, rodeado de bosque. Parecía un mundo aparte, aislado de la bulliciosa ciudad de rascacielos del exterior.
Una vez atravesado el tori de la entrada al parque, había un paseo de varios minutos por un ancho camino de grava entre enormes árboles hasta el templo. El tori era una estructura generalmente de dos pilares de madera que sostenían otra estructura horizontal, y eran las puertas que señalaban el camino hacia un templo. Tras doblar el último recodo del camino, se presentaba a la vista otro tori más pequeño custodiando la entrada del recinto. Era un complejo de varios edificios, y frente al edificio principal del templo se extendía un gran patio interior baldosado, rodeado de una fortificación levantada en columnas de madera y tejados de esquinas curvas.
Ahora, ya hechos los preparativos del festival, este inmenso patio principal estaba abarrotado de diversos puestos en todo su recorrido. Eran puestos de comida, de suvenires, de la suerte, de sorteos y juegos…
Se había dejado en el centro un espacio desde la puerta del templo hasta el tori exterior para que realizasen una función tradicional, que consistía en una representación de cómo era la época durante el inicio del gobierno Meiji. Hacían una obra teatral de cuatro actos repartidos para cada día del festival, comenzando con el emperador retomando su poder tras dar fin a la dictadura militar del shogunato Tokugawa de dos siglos y medio. Después, continuaba contando cómo el emperador inició el cambio para hacer que la sociedad japonesa se equiparara a la europea y fuera algo más democrática.
El lugar se estaba llenando de gente considerablemente al paso de los minutos. Unos iban con ropa normal, y otros iban con kimonos tradicionales reservados para este tipo de eventos. Muchos niños habían traído espadas de madera, ya que había una parte de la actuación en la que podían participar haciéndose pasar por soldados del emperador.
A eso de las seis de la tarde, cuando el cielo empezaba a ponerse naranja, Cleven se adentró en el recinto con Nakuru y con Álex. Tal como había planeado, se había pasado por la cafetería de Yako para decirle que se viniese con los demás, y este había dicho que por supuesto.
Cleven iba con un elegantísimo kimono rojo oscuro con flores blancas y matices dorados estampados. Según le había dicho su madre, cuando aún vivía, perteneció a su bisabuela, es decir, a la abuela paterna de Katya. Normalmente, los kimonos solían pasar de madres a hijas, esto es, de la abuela materna a la madre y de la madre a la hija, pero la madre de Katya era rusa y no tenía tal kimono, así que su padre, Hideki, japonés natural, le pasó a Katya el kimono de su madre, y luego Katya a Cleven. Realmente Cleven daría un aspecto de lo más elegante y sofisticado si no fuera porque sujetaba un bollo de chocolate en las manos y se lo estaba comiendo como si hubiera pasado los últimos quince años en la cárcel.
Nakuru, por su parte, iba con un kimono negro con un estampado de flores azules que brillaban al reflejo de la luz, heredado igualmente de su abuela paterna. Y finalmente Álex, que iba un poco perdida en esto de las tradiciones, iba con uno que se había comprado, no tan elegante como el de sus amigas por ser menos antiguo pero igual de bonito, blanco con un estampado de flores sencillo. Las tres se habían recogido el pelo con un moño alto.
—Ay, esperad un momento, por favor —pidió Álex, parándose, cuando las tres estaban pasando bajo el tori.
Se fue cojeando hacia una de las anchas columnas de la puerta y, apoyándose en ella, intentó colocarse bien el calzado.
—No sé cómo podéis andar con esto —se lamentó.
—Espera —sonrió Nakuru, acudiendo a su ayuda—. Qué lástima que Raven no esté aquí —comentó, acabando de colocarle la sandalia de suela gruesa—. Con el jaleo que se oye desde aquí, debe de estar muy animado.
—Es verdad —contestó Cleven, dándose la vuelta para intentar ver algo del patio principal, al otro lado del pórtico—. Aunque sí fue al del año pasado, su primera vez.
Cuando fue a darse la vuelta otra vez, lo vio todo negro después de oír un ruido desagradable. Se había chocado contra alguien, y su bollo, al que iba a darle otro bocado, se le había espachurrado en la cara y se había llenado de crema de chocolate. Se quedó con el bollo pegado en la cara.
—Ah, disculpa —dijo el chico, corriendo a quitarle el bollo de la cara—. Ha sido por mi culp...
Cuando el inconfundible rostro de Cleven quedó al descubierto, el chico dio un pequeño brinco.
—Ah, joder, eres tú —gruñó, desviando la mirada con pasotismo y tirando el bollo al suelo—. A ver si miras por dónde vas, pelmaza.
—Niagh… —rugió Cleven, haciendo ademán de estrangularlo, todavía con la cara manchada—. ¡Raijin! ¿¡Quién sino osaría fastidiarme el momento!?
—Límpiate, cerda —replicó, cruzándose de brazos.
—Vamos, vamos, no seáis así —intervino Yako, apareciendo con Sam y con MJ, y también con Kain y su prometida.
—¡Yako! —saltó Cleven llena de alegría.
—Toma, anda, límpiate antes de que Rai siga metiéndose contigo —le sonrió Yako, tendiéndole un pañuelo de papel—. Guau, estás deslumbrante.
Cleven se sorprendió por su comentario y sonrió con vergüenza e hizo unos gestos tímidos. Ella ya había oído muchas veces a la gente decirle que era muy guapa y esas cosas, pero ella personalmente no sentía mucho interés por su propio aspecto ni por procurar que los demás la viesen bella. Por eso, como no era algo que estaba en su cabeza todo el tiempo, cuando alguien se lo decía, siempre la pillaba por sorpresa y realmente lo sentía como un halago.
Una de las cosas que a Nakuru le encantaba de su amiga era que Cleven no era nada creída, a pesar de ser la chica más increíblemente hermosa del mundo, a sus ojos. De hecho, a veces era, quizá, demasiado poco creída. Nakuru a veces notaba que Cleven realmente se tenía en muy baja estima, y algunas veces, sinceramente, desearía que se permitiera a sí misma ser un poquito creída. Pero Nakuru sabía que Cleven no deseaba o buscaba ser bella ante los demás. Sólo buscaba ser de utilidad. De esto sí que Cleven creía carecer, y si por ella fuera, intercambiaría toda su belleza por un poquito más de inteligencia, capacidad y utilidad.
En ese momento, nadie se dio cuenta, pero MJ lanzó una mirada celosa a Cleven, a pesar de que Yako también le había dicho a ella que estaba realmente preciosa con su kimono.
—Gracias —contestó Cleven entonces.
—Aaah, qué bien que hayas traído contigo a tu amiga Nakuru —comentó Yako, ofreciendo su mejor actuación.
—¡Claro que sí! Así podéis ir conociéndola mejor, porque es la chica más lista, más fuerte y más increíble del mundo y tenerla como amiga es como tener más luz en tu vida —afirmó Cleven con vehemencia, pasando un brazo sobre los hombros de su amiga.
Nakuru se quedó con una cara pasmada y de color rojo fosforito. Hablando de inesperados halagos, lo que Cleven acababa de decir la dejó tan deslumbrada que por poco se quedó de piedra, casi literalmente, por su iris henchido de regocijo. Yako también se quedó algo anonadado por el comentario imprevisto de Cleven.
—¿Sabes qué? —sonrió el joven Zou, inclinándose un poco hacia Nakuru, mirándola a los ojos—. Que creo que tienes mucha razón, Cleven, tu amiga emite una energía hermosa y tenerla de amiga realmente hace a uno afortunado.
«¡Por Dios, parad ya, los dos!» pensó Nakuru para sus adentros, sin poder aguantar tantos elogios, pero sin atreverse a decir nada, por si acaso se iba de la lengua. Era aún más difícil por tener que fingir que no conocía a Yako de toda la vida y que lo conoció ayer en la cafetería por primera vez. Luego vio a Sam ahí detrás de Yako, sonriendo hacia ella también. Sam no solía sonreír, por lo que, cuando lo hacía, significaba algo. «¡Que paréis todos, ya!» pensó Nakuru de nuevo, tan roja que estaba ya echando vapor por los oídos. Por lo menos, Raijin no estaba ahora prestando atención a ese momento, estaba conversando con MJ y con Kain aparte.
—¡Guau, Nakuru! —saltó Álex, agarrando su mano—. Sí que estás rodeada de gente buena —le dio un beso en la mejilla, prendada de ella.
Cuando Yako y Sam vieron eso, pusieron la misma cara de sorpresa y se quedaron mirando a su “hermanita” fijamente. Nakuru ya parecía una estatua incandescente.
—Sí… esto… pues… —balbució—. Bueno… esta es… os presento a Alejandra… o Álex… mi novia… y… eso.
—¡Mucho gusto! —les dijo Álex felizmente—. Yako y Sam, ¿verdad? Cleven nos ha estado hablando sin parar de vosotros por el camino. ¡Wuay! —exclamó de pronto, pues se le soltó una cinta del calzado otra vez y dio un tambaleo—. ¡De verdad! ¡Debí traerme las deportivas!
—Hahahah… Tranquila, que yo te lo arreglo de una vez por todas —le dijo Cleven, llevándola a sentarse sobre un escalón por ahí cerca.
Yako y Sam seguían con la boca medio abierta. Ahora que estaban a solas con Nakuru, se arrimaron a ella como dos agentes de la CIA.
—¿Cuánto tiempo llevas con ella? —preguntó Yako seriamente.
—¿Cómo la conociste? —preguntó Sam igual de estricto.
—¿Se porta bien contigo?
—¿Te trata bien?
—¿Cómo de serio es lo vuestro?
—¿Te has asegurado de sus intenciones?
—¡Basta, por Dios! —los frenó Nakuru—. Madre mía, relajaos un poco, chicos.
—No nos habías dicho nada hasta ahora, Nak —dijo Yako—. La has llamado “novia”, y no “amiga”, como sueles hacer cuando todavía estás conociendo a alguien. “Novia” es que ya has formalizado tu relación con ella. Si sales con alguien nuevo, debemos evaluar si es bueno para ti.
—No, dejad ya eso, ya no soy una niña pequeña, no necesito que me protejáis tanto.
—¿Después de cómo te trató tu última novia? —discrepó Sam—. ¿Que te dejó destrozada durante meses? Te usó y te partió el corazón.
—No podemos volver a permitir que eso pase —afirmó Yako.
—Chiiiiicos —los interrumpió pacientemente—. Lo sé, lo pasé muy mal con mi anterior relación. Pero no tenéis que preocuparos de nada. Esta vez, es diferente. Álex es diferente. Llevo saliendo con ella algunos meses. Y hemos formalizado nuestra relación hace dos semanas. Esta vez, me he tomado mi tiempo, y he ido con más cuidado. Y os lo aseguro, chicos. Esta es genuina. Es una humana maravillosa. Es buena, buena de verdad, y me hace feliz todo el tiempo, y es atenta, y generosa, siempre mirando por mí, nunca me pide nada, nunca se enfada si algo no le gusta, si tiene algún problema conmigo, me lo dice directamente y de buen corazón, le gusta sentarse a hablar de las cosas, y gastar el tiempo en alegrías y diversión y menos en dramas.
Sam suspiró más tranquilo al oírla describirla de esa manera. Yako, por su parte, estaba tan conmovido que se estaba secando las lágrimas con otro pañuelo de papel, casi sollozando.
—Y hace poco terminé de convencerme del todo, porque recientemente descubrí de qué familia proviene realmente.
—¿Una familia de buenos humanos? —dijo Yako.
—No. No de humanos. El padre de Álex es Pipi.
—¿¡Qué!? —exclamaron ambos chicos—. ¿Así que es esa? ¿La hija de la que siempre hablaba Pipi? —preguntó Sam.
—Qué curioso, así que es una Suárez… —comentó Yako, observando a Álex allá a lo lejos con Cleven—. Desde luego no percibo que sea una iris, ¿entonces es una almaati?
—No. Álex no es ningún tipo de miembro de la Asociación, a pesar de ser una Suárez —les explicó Nakuru—. Es hija de Pipi, pero se crio en España hasta hace poco con su madre, que es una humana externa a la Asociación.
—¿Entonces Álex no ha tenido contacto con su familia paterna allí? —se extrañó Yako.
—Sí, ha tenido mucho contacto con ellos toda su vida. Pero cada vez que Álex me ha hablado de sus abuelos, de sus tíos y primos, cree que son gente normal. Ella ignora que toda su familia paterna está repleta de iris y almaati, y la existencia de la Asociación y todo.
—Ya veo —comprendió el Zou—. Pipi ha querido mantenerla alejada de la Asociación y los iris, y le habrá pedido a toda su familia de España cumplir esta regla con ella.
—No me puedo creer que estés saliendo con la hija de Pipi —comentó Sam—. Eso es… como un nivel alto y arriesgado. Es como si yo ahora empezara a salir con la hija de un ministro.
—Vamos, no es nada como eso —se rio Nakuru—. Pipi es uno de los iris más importantes del mundo, pero siempre ha sido cercano a nosotros, como un tío. Después de todo… —suspiró, girándose para mirar a Cleven—… es el más íntimo amigo de Neuval.
Yako observó un momento a Nakuru, en silencio. Luego miró a su alrededor con cuidado. Raijin, MJ y Kain seguían conversando más allá.
—Nak. ¿Estás segura de esto?
—¿De qué?
—De dejar que Cleven continúe relacionándose con nosotros. De seguir ocultándoselo a Fuujin.
Nakuru no respondió enseguida. Seguía mirando a Cleven. Se quedó pensando un rato.
—De pequeña, Cleven siempre solía repetir una frase cuando algo malo sucedía, y que siempre me costó comprender. A nosotros los iris se nos entrena y se nos educa para saber identificar el bien y el mal en todas sus formas: en las personas, en la naturaleza, en los sucesos, en las palabras, en los actos… Debemos defender siempre el bien y rechazar siempre el mal. ¿No es así?
—¡Por supuesto! Es como debe ser —dijo Yako.
—Pero Cleven a veces decía que, a la hora de tomar una decisión, no hay que pararse a pensar en si es algo bueno o algo malo, sino en si es necesario o innecesario.
Yako y Sam se miraron, algo confusos.
—Pero… es lo mismo, ¿no? —dijo el Zou—. Lo necesario es lo bueno, y lo innecesario es lo malo.
—Desde el punto de vista de Cleven, esos conceptos no siempre coinciden —contestó Nakuru, encogiéndose de hombros—. Lleva siete años sin decir esa frase. Sin hablar de esa forma rara con que solía hablar de pequeña. Ella siempre hablaba de los cambios. De que la vida funciona mediante ellos. Nos gusten o no nos gusten.
Nakuru se quedó un rato callada, reflexiva. De repente, miró a ambos chicos con firmeza.
—Yo creo que Cleven necesita este cambio. No importa si trae buenas o malas consecuencias. Creo que debe suceder. Es cierto que Fuujin la ha mantenido alejada y protegida todos estos años. Pero… a veces… llega un momento en que hay que dejar que pase… algo diferente o nuevo. Quiero que Cleven continúe con este plan de encontrar a su tío. Y por eso necesito tu ayuda. Sobre lo que ya te dije por teléfono —le dijo a Yako.
—Bueno —sonrió este—. En ese caso, seguiré tu plan.
De pronto Yako y Nakuru se dieron un susto cuando Sam soltó una exclamación, porque alguien aparecido de la nada lo agarró y lo levantó por encima de su cabeza.
—¡Jajaaa! —carcajeó—. ¡He cazado un leoncito!
Era un hombre muy alto, probablemente rozaba los dos metros. Era de etnia africana, de piel muy oscura, y tenía los ojos caoba, grandes como su sonrisa. Su cabello oscuro era ensortijado, peinado mediante largas rastas y trenzas, recogidas por detrás de la cabeza. Iba muy bien vestido, con camisa, jersey plano por encima y chaqueta de traje. Y, aun así, su modo de actuar no era tan elegante, zarandeando al pobre Sam como si fuera un saco de patatas.
—Put me down, you crazy old man! —protestó el chico, muriéndose de la vergüenza.
—¡Qué bochornoso! —declaró el hombre, poniendo a Sam en el suelo, y se acercó al joven Zou—. Yako, despídelo. Lo he atrapado como a un indefenso cachorro, demasiado fácil, ¡no me ha visto venir! Qué vergüenza para un iris dejarse atrapar así, ¡y además siendo un Dobutsu con olfato e instinto superior! Despídelo.
—Hahah… —se rio Yako—. Vamos, Zuberi, no seas duro con Sammy. No por eso merece dejar de trabajar en la cafetería.
—Me refería a que lo despidieses de la Asociación.
—Este año tampoco dispongo de esa autoridad —bromeó.
—Habla con tu abuelo.
—Ni hablar.
—¿Puedes por favor largarte y dejar de molestar, papá? —intervino Sam, recolocándose la ropa.
—Oooh, ¡Nakuru! —exclamó el hombre con tono tierno, ignorando descaradamente a su hijo—. ¡Estás tan bonita…! ¡Samuel! ¿Le has dicho a tu compañera lo bonita que está con su kimono? Díselo. Sé un buen caballero medio inglés.
—¡Largo ya! —gruñó este.
Yako y Nakuru no paraban de reírse. Zuberi decidió dejar de martirizar a su hijo y se despidió de ellos, después de revolverle a Sam su cabello rubio y dejárselo despeinado. Se reunió con otros hombres y mujeres mayores de su edad, amigos suyos, que lo esperaban allá y habían venido con él para disfrutar del festival también.
—Humano loco… —refunfuñó Sam, teniendo que quitarse la goma de pelo para volver a recogerse sus cabellos largos.
—¿Se puede saber de dónde ha sacado tu padre esa fuerza? —preguntó Nakuru, asombrada—. ¡Te ha levantado como si nada!
—¿No te lo ha dicho? —dijo Yako, señalando a Sam—. Zuberi lleva ya cinco meses asistiendo esporádicamente a entrenamientos de cooperador en el Monte Zou.
—¿¡Qué dices!? ¡Sam, ¿tu padre ha decidido convertirse en almaati?! Eso sí que no me lo esperaba.
—Pero si se ha pasado la vida diciendo “algún día lo haré, algún día lo haré”, el muy pesado —suspiró este—. Se está emocionando mucho con ello. Cree que trabajar en la Asociación es fácil. Tiene mucho que aprender aún.
—Hey, ¿de qué habláis? —apareció Cleven junto a ellos alegremente junto con Álex con su calzado ya arreglado.
Yako, Sam y Nakuru dieron un leve brinco de sobresalto y volvieron a recuperar una actitud cuidadosa.
—Eh, ¿entramos ya o no? —vino también MJ, con Raijin y la pareja.
—Sí, vamos —apremió Yako a todos.
Caminaron un poco hacia la entrada del pórtico. Como había mucha gente entrando, iban algo lentos, haciendo cola. En un momento, Raijin se vio ahí al lado de Cleven mientras los demás estaban algo más delante, entre la gente. El rubio, con las manos en los bolsillos y aire indiferente, la miró de reojo un momento, de arriba abajo.
—¿De dónde has sacado ese kimono? —le preguntó de repente, con su tono frío de siempre.
Cleven lo miró, un poco extrañada por la pregunta. Pero seguía molesta con él por haber echado a perder su delicioso bollo de chocolate y además por su poca consideración.
—No te importa —contestó ella con el mismo tono, imitando su voz.
—¿No lo habrás robado?
—¡Hmp! ¿Pero a ti qué te pasa? —le enfrentó, con actitud inquisitiva, poniendo los brazos en jarra, y le sonrió con suspicacia—. Claro, te da rabia que esté tan guapa hoy, ¿eh? ¿Señor Sonrisas?
Raijin miró a otro lado, desprendiendo su seriedad de siempre.
—Pues sí —murmuró.
—¿Eh? —preguntó Cleven, que no lo había oído bien.
Pero Raijin se adelantó y se alejó a propósito, sin decir nada más. Cleven se quedó un poco confusa, y meditabunda. Por fin todos pasaron el pórtico y salieron de la agobiante aglomeración de gente hacia el amplio patio interior, donde la gente se dispersaba por todas direcciones hacia los distintos puestos de entretenimiento y de venta de comida y objetos.
—¿Pasa algo, Cleven? —le preguntó Yako, encontrándola ahí atrás muy callada.
—¿Eh? No —sonrió, emprendiendo la marcha—. Es sólo que Raijin está un poco raro, ¿no crees?
—Heheh, bueno, sí que está un poco raro desde la noche del lunes, la verdad. No sé por qué.
«Uy... ¿La noche de lunes?» se sorprendió ella. «Fue cuando los vi entrar a los dos en la discoteca del Gesshoku y me peleé con Raijin allí».
—Por cierto, Cleven. ¿Te quieres venir esta noche a mi fiesta, después del festival?
—¿¡Cómo!? —brincó eufórica—. ¿Das una fiesta?
—Sí, con algunos amigos de la uni, para celebrar que pasamos los exámenes de Navidad. Cada año lo hacemos, una vez en casa de otro. Este año me toca a mí.
—Pero... si es para la gente de tu universidad, ¿qué pinto yo?
—Kain, su prometida y Raijin no son de mi universidad y también van a ir —contestó, encogiéndose de hombros.
—¡Voy! —declaró firmemente decidida, deteniéndose y agarrándolo de las mangas—. ¡Te juro que voy!
—Vale... —sonrió Yako—. Me asustas, pero vale.
Mientras todos caminaban un poco dispersos por la zona, pensando qué puestos visitar primero, Yako se quedó congelado un instante cuando divisó a los mismos dos guardianes del Monte Zou trajeados que acompañaban a Alvion la otra noche en el puente de la autopista. Estaban ahí cerca, parados junto a la esquina de un puesto de comida, simplemente esperando y vigilando el entorno. Yako, entonces, miró a un lado y a otro, tratando de comprobar si Alvion de verdad también andaba por ahí, pues no quería cruzarse otra vez con él.
No obstante, fue Cleven, que se había ido corriendo un momento hacia un puesto de dulces y pasteles tradicionales, quien divisó a un anciano muy particular en otra zona del gran patio. Mientras sujetaba un palillo con bolitas de dango ensartadas, hechas de una masa dulce, que acababa de coger del mostrador, se quedó un poco abstraída, porque aquella imagen atrapó un poco su atención.
Alvion estaba de espaldas y Cleven solamente veía su larga melena blanca, adornada con dos pequeñas trenzas y algunos abalorios de madera y de metal, cayendo por su espalda. Estaba en una esquina apartada del patio, donde había poca gente. Estaba inclinado hacia un hombre joven que, al parecer, se había excedido con la bebida y estaba con las manos apoyadas en el muro, vomitando sobre una reja de alcantarilla. Ese anciano tenía una mano sobre su espalda. Parecía que lo estaba asistiendo. El joven estaba muy mareado, y el anciano lo condujo a sentarse en un banco. Intercambiaron unas palabras. El joven asintió con la cabeza, sonrió, hizo un gesto de agradecimiento y se mostraba avergonzado. El anciano le tendió un pañuelo, y el joven lo aceptó humildemente para limpiarse. Entonces, se despidieron, y Alvion dio media vuelta para seguir su camino.
Cuando Cleven lo vio de frente, sus ojos verdes se fueron abriendo lentamente hacia el asombro y hacia una sensación especial. No pudo dejar de preguntarse quién era ese anciano, se lo preguntaba ansiosamente. Toda la gente que pasaba por su lado lo miraba con gran asombro también, pues Alvion llamaba la atención fácilmente por su altura y su porte esbelto pese a su muy avanzada edad. Con su cabello blanco como un manto de nieve y sus ojos dorados, y su elegante traje Zou con capa, la gente no podía evitar comentar si tal vez ese majestuoso anciano iba a ser el actor que interpretaría al emperador Meiji en la función o algo similar.
Cleven seguía absorta, cada vez más lejos de la realidad, con el rostro lejano del anciano reflejándose en su ojos, sumergiéndose sin querer en una vieja memoria…
Hace 9 años…
«Una pequeña niña con un voluminoso cabello rojo, que la hacía parecer una pequeña y esponjosa nube de frambuesa, iba correteando sigilosa por un laberinto de estanterías repletas de libros extraños de múltiples épocas y culturas humanas. Tenía que darse prisa y tener cuidado, pues por ahí andaba también un anciano de largo cabello blanco, y no podía dejar que la descubriera allí, una vez más, en esa zona privada y restringida de la mayor biblioteca del mundo.
La niña llevaba un libro entre sus manos, que hablaba de una antigua teoría sobre cómo funcionaba la capacidad de la mente humana de forjar creencias y pensamientos opuestos en un solo instante, en función del carácter, ya bien dependiente del factor de la genética o del factor del entorno sociocultural cuando se experimentaba un conflicto o una crisis. Era un libro prohibido porque era muy valioso y con conocimientos un poco complicados de aceptar. Fue escrito por Wei Zou, el fundador de la Asociación y descubridor de los iris. Esa era la única copia en francés, único idioma que podía leer sin problema, ya que leer en japonés todavía le era difícil en su actual nivel escolar.
Cuando por fin logró dejar el libro en su sitio, procuró salir de allí lo antes posible. Pero, en un determinado momento, al asomarse al pasillo principal, más ancho, vio al anciano pasando por ahí cerca. Entonces, ella se ocultó detrás de una gruesa columna de mármol. Cuando el anciano pasó por esa zona, se detuvo. Miró en silencio a su alrededor. Sólo veía estanterías, libros y columnas. No se veía nada más.
La niña esperó a oír sus pasos alejarse, durante dos largos minutos, pero no escuchó nada por un buen rato. Extrañada, decidió asomarse con cautela hacia el pasillo grande. El anciano había desaparecido. Qué raro, pues aquel lugar era tan silencioso que fácilmente se podían oír los pasos de alguien al caminar.
Como realmente parecía estar sola, la niña se confió y salió de la zona restringida de la biblioteca, cruzando la verja de hierro que la separaba de la zona pública, la cual presentaba el aspecto de una biblioteca más normal, más cálida e iluminada que la otra sombría zona. Era una muy extensa sala circular, cubierta por un techo tan alto como diez pisos, donde se alternaban muros de piedra con ventanales de cristal desde el suelo hasta la cúspide, por los que pasaba la luz anaranjada del atardecer. Entre las incontables estanterías, se alternaban mesas de trabajo, grandes y pequeñas, y había varios árboles plantados en pequeños jardines intercalados.
En ese momento, no había nadie más que ella en la biblioteca, así que, orgullosa de su hazaña y con calma, se dirigió hacia la salida.
No obstante, notó algo. Notó esa energía especial. Provenía de uno de los árboles, uno que estaba justo detrás de ella.
—Hahh… —suspiró la niña con fastidio, y habló con un tono un poco avergonzado—. No hace falta que siga escondido. Puedo sentirle.
Aquel árbol movió sus ramas, y en su tronco se abrieron dos ojos de luz dorada. Comenzó a cambiar de forma, a transformarse, a convertir su madera de regreso a carne, hueso y ropas, y sus hojas de regreso a largos cabellos blancos. El anciano recuperó su cuerpo normal. Cuando sus ojos dorados se apagaron, se apoyó sobre una de las mesas, cruzándose de brazos. La niña se dio la vuelta y lo miró con una sonrisilla culpable.
—Esta es la octava vez en tres años que te encuentro serpenteando entre las estanterías privadas de mi templo. Ávida de conocimiento demasiado avanzado para su edad, y una implacable manía de saltarse las normas y sentirse orgullosa de ello. Hija de Neuval Lao eres sin duda. ¿Qué libro has tomado sin permiso esta vez?
—Solamente un cuento bonito, para leérselo a mi hermanito Yenkis.
Alvion cerró los ojos un momento. Después los abrió y se acercó a la niña. Se agachó frente a ella para ponerse a su altura.
—Cleventine —le dijo con cariño—. Decir mentiras es algo malo.
—La mentira está infravalorada. No importa si es buena o mala. Importa si es necesaria o innecesaria.
—¿Por qué necesitarías mentirme?
—Porque usted aún no comprende. Aún no sabe.
—¿Comprender qué? ¿Saber qué?
—No está preparado para descubrirlo aún, señor Zou. Un día, desafortunadamente, la verdad le dolerá. Más que cien huesos rotos, más que mil cuchillos en la piel. Por eso, por ahora, la mentira es lo más piadoso que puedo darle.
No era la primera vez que aquella niña tenía estas extrañas conversaciones con él. Alvion aún encontraba raras, pero intrigantes, las palabras de esta peculiar muchacha que ya desde muy pequeña le había sorprendido con su forma de hablar y de entender las cosas. Sentía una inexplicable e incomprensible conexión con ella. Pensaba que era, probablemente, porque se trataba de la nieta de sus queridos y admirables Hideki y Emiliya, dos de los iris más extraordinarios que habían trabajado para él hasta ahora, y cuya muerte Alvion seguía lamentando mucho, aún después de siete años.
—¿Cómo lo haces? —preguntó el anciano.
—¿El qué?
—Eso que dices de “sentirme”. Siempre me encuentras, te percatas de mi presencia, incluso si me transformo en un árbol.
—No era una transformación muy lograda. Algunas hojas tenían cabellos blancos.
—¿Otra mentira piadosa?
—Nah, una mentira burlona, más bien —sonrió—. Porque la respuesta a esa pregunta se trata de una bonita verdad.
—Pues dime cuál es.
—No está preparado —insistió ella.
Alvion suspiró. Definitivamente, no entendía a esa niña. Pero siempre hacía estas cosas cada vez que venía al Monte Zou de visita con su familia, sobre todo algunas semanas durante las vacaciones de verano. Desde que tenía 5 añitos, empezó a escaparse y a moverse sola por las tierras Zou, a curiosear, observar, conocer, entrar en lugares que no debía… Este ya era el tercer año consecutivo, por lo que el anciano ya conocía el peculiar interés de esta niña por ese tipo de libros, por la naturaleza humana, por la vida y el mundo.
—¿Por qué te interesa leer este tipo de libros? —sonrió Alvion más dócil, resignándose a aceptar que no tenía forma de regañarla como a una niña normal, porque ella no era normal.
—Porque mi papá siempre me dice que para cambiar o arreglar el mundo, primero hay que conocerlo; luego, entenderlo; y luego, abofetearlo en los lugares correctos.
—Eso te dice, ¿eh? —hizo un gesto un poco desaprobatorio—. Esas cosas no deberían preocupar todavía a una niña humana de 7 años.
Cleven se encogió de hombros, sin decir nada, manteniendo esa sonrisa juguetona.
—Todos los Vernoux que he conocido escapan de mi comprensión… —murmuró Alvion, pues por alguna razón, se quedó absorto mirando los ojos verdes de Cleven, sintiendo algo especial detrás de ellos.
—¡Ajá! —exclamó una voz de repente por la biblioteca. Era Neuval, entrando por la puerta, señalando a Cleven con los dos brazos.
—Especialmente este majara —añadió Alvion entre dientes.
—¡Aquí estás, mi suflé de frambuesa! —Neuval llegó hasta ellos—. Te he estado buscando media hora por todas partes. ¡Siempre te me escapas! ¿Qué has hecho esta vez? ¿Te está regañando este Zou gruñón?
—Sólo hablábamos del tiempo, papi —dijo ella con inocencia.
—Aaauu… —se enterneció Neuval, y miró a Alvion—. Esa es una adorable mentirijilla. ¿Qué ha hecho? —le preguntó a Alvion.
—Tan sólo dile a tu hija —respondió el anciano— que no debería colarse más en la zona privada de la biblioteca sin permiso. No es un lugar adecuado para una niña como ella.
—¡Cleven! ¿¡Es eso verdad!? —exclamó Neuval, cruzándose de brazos con enfado—. ¿Tienes idea de por qué estás en problemas ahora?
—Porque… ¿me he saltado las normas? —preguntó ella.
—¡No! ¡Porque te han descubierto saltándotelas!
—N… No era eso lo que quería deci-… —intentó corregir Alvion.
—Muy mal, Cleven. ¿Cómo puedes dejar que te pillen tan fácilmente? Tienes que entrenar más duro las artes de la discreción para que puedas romper las normas sin que te descubran.
—¡Fuujin! —protestó Alvion, incrédulo.
—Ven, chiqui —Neuval le tendió la mano y la niña se la agarró, y se fueron marchando de allí—. Te voy a enseñar cómo se hace. Te voy a enseñar cómo colarte en el dormitorio de Alvion cuando ni él ni nadie se lo espere ni se den cuenta. Le pondremos escarabajos y gusanos por la cama, y le robarás su ropa interior, para después exhibirla en las calles de la Ciudadela…
—¡Fuujin! —se quejó Alvion otra vez, haciendo un gesto de mayor incredulidad e incomprensión.
—¡Hahaha…! ¡Papi, no! ¡Eso es pervertido! —se reía la niña.
—¡Sí, es divertido!
—¡He dicho “pervertido”!
—¡Eso, divertido!
Las voces de ambos Vernoux se disiparon. Alvion se quedó ahí parado en medio de la solitaria biblioteca, todavía con esa cara de incredulidad y una vena hinchada en la frente.»
Cleven cerró los ojos de repente. Se llevó una mano a la cabeza, notando un breve dolor punzante. Regresó al mundo real. No sabía qué acababa de pasar. Tenía la sensación de haber revivido algún recuerdo lejano, pero su memoria le fallaba, una vez más. Al final, olvidó siquiera haber visto a aquel anciano entre la gente del festival, el cual ya se había perdido de vista por algún otro lugar. Por eso, Cleven miró confusa a su alrededor, preguntándose qué estaba haciendo ahí. «¡Ah, sí!» vio las bolitas dulces en el palillo que sujetaba en su mano, «Tengo que pagar este dango». Sacó una moneda de su bolso y se la dio a la vendedora.
Volvió al lugar donde había estado antes con Yako, mientras se comía sus pastelitos. Encontró al chico medio escondido junto a una caseta, con aire nervioso. Hace un minuto había visto a Alvion pasando por ahí, reuniéndose con sus dos guardianes. Por suerte, los tres ya se marcharon del lugar.
—¿Yako? —lo llamó Cleven—. ¿Qué pasa?
—¿Eh? —la miró—. Ah, nada, nada —sonrió, emprendiendo la marcha de nuevo—. Ven, vayamos con los demás.
«Si Alvion sigue deambulando por la ciudad, significa que todavía está buscando a Fuujin» pensó Yako. «Madre mía… Si Cleven supiera el lío en el que está metido su padre… Me pregunto dónde estará Fuujin ahora».
* * * *
Pues Neuval estaba en el cementerio, sentado sobre la fría hierba de un terreno apartado. Arrancaba hierbitas distraídamente frente a sus piernas y las tiraba a un lado después, sin ningún motivo en especial. Contemplaba la lápida que tenía frente a sus tristes ojos grises, con forma de obelisco vertical, sus letras grabadas, su nombre… En la pulida superficie de granito, rezaba: “Ekaterina Saehara, fallecida a los 38 años”.
Solía ir a visitarla sin que nadie lo supiese cuando se sentía mal, o solo, o perdido en algo. Y hablaba con ella, imaginándosela sentada a su lado, contemplando la ciudad desde lo alto de la colina junto a él. «Cuida de Cleven esté donde esté, Katya» pensó. «No dejes que le pase nada malo mientras yo la busco, ¿vale? Por favor, tampoco dejes que haga alguna estupidez».
Esa no era su única preocupación ahora. Neuval seguía cavilando sobre su decisión, acerca de lo que Denzel le explicó. De todas maneras, ya se había decantado más por una cosa que la otra, pero el “no”, mientras haya un “no” pequeñito, vence al “sí”. Había que hacer desaparecer las dudas asociadas a cualquier ápice de “no”.
La tarde, ya oscura, era muy apacible en aquel lugar. Lo cierto es que daba bastante miedo, todo rodeado de lápidas y algo de niebla; apenas había luz, y no había absolutamente nadie más que él. Sin embargo, él sentía la compañía de su alma gemela, de alguna manera, que superaba a estar acompañado por mil personas. Estuvo recordando eventos del pasado, de su época feliz. A lo mejor hurgando en el pasado encontraba algo interesante que aportar en su decisión. Pero quizá, también, buscaba rememorar algo alegre, algo que le hiciera sonreír por una vez... Tan sólo una vez más, quería recordar buenos tiempos.
Hace 20 años...
«—¿Qué estás haciendo? —le preguntó un niño pequeño, de unos 5 años.
Neuval estaba agazapado en el suelo, escudriñando discretamente el interior de uno de los baños del pasillo de la casa, tras la puerta medio abierta.
—Chitón —lo mandó callar, haciendo aspavientos con una mano.
El niño frunció el ceño, se agachó junto a él y se quedaron observando a una mujer de cabello rojo oscuro y de ojos verdes que se miraba frente al espejo del baño. En ese momento estaba sacando de uno de los cajones un bote de crema. Cuando el niño escuchó a Neuval reírse por lo bajo, entornó los ojos con reproche.
—¿Qué le has echado a ese bote?
—Verás, pequeño Ichi —dijo Neuval con malicia—. ¿Recuerdas cuando Katya me engañó ayer en la cena, diciéndome que aquellas croquetas eran mis favoritas de carne, pero en realidad eran croquetas de pepino, y tras comerme una entera estuve con náuseas toda la noche? Pues me estoy vengando. ¿Qué te parece?
—Pues... —reflexionó Izan, poniéndose en postura filosófica—. Una parte me dice que debo prevenir a mi hermana mayor de peligros, pero... la verdad es que tengo ganas de verla gritar, muajaja... —rio perversamente.
—Muajaja, pues ya verás —rio Neuval de la misma forma.
Cuando Katya desenroscó la tapa del bote, frunció el ceño con extrañeza al ver que el potingue era de color negro.
—¿Eh? —dijo, fijándose bien en la etiqueta, a ver si se había equivocado—. No sabía que esta crema facial fuese negra... En fin —se encogió de hombros—, aquí dice que hidrata de maravilla.
Empezó a aplicarse la crema por toda la cara, y después fue repasando para que absorbiera. Sin embargo, por más que lo intentaba, la crema no se absorbía. Se frotó la cara más fuerte, comenzando a alarmarse, hasta que se le quedó todo seco y toda la cara totalmente negra.
—¿¡Pero qué...!? —saltó, inclinándose hacia el espejo para verse bien.
—Parecéis dos críos —les dijo Lex a su padre y a su tío, pasando de largo por el pasillo hacia su habitación.
—Pues tú tienes 5 años y no lo pareces —le replicó Neuval, sin apartar la mirada del interior del baño.
—Alguien en esta casa tiene que comportarse como un adulto —le espetó Lex con reproche, poniendo los bracitos en jarra.
—Aah... —Neuval se dio la vuelta y comenzó a gatear por el suelo lentamente hacia él—. Disculpe, señor adulto... Ya que sabes tanto del tema... —sacó del bolsillo de su pantalón las llaves de su coche—. ¿Puedes ir a poner gasolina al coche? ¿Y de paso ir al banco a reclamar una comisión no declarada? No te olvides de limpiarme el culito cuando termine de hacer mis cositas en el retrete.
—Oki, eso está hecho —Lex le arrebató las llaves del coche y pasó por su lado—. Pero olvídate de lo último.
Neuval se quedó perplejo.
—¡Pero serás...! —gruñó, y atrapó a Lex entre sus brazos y piernas, y empezó a hacerle cosquillas, rodando por el suelo. Lex no pudo evitar partirse de risa ante el ataque.
—¡Sssshh! —los calló Izan, todavía espiando en la puerta del baño—. ¡Que nos va a descubrir! —exclamó en voz baja.
Para cuando Lex logró escapar de su padre, se oyó un grito por toda la casa.
—¡Yaaaggh! —Katya se llevó las manos a la cara, y luego empezó a agitarlas con gran rapidez, intentando abanicarse—. ¡Pica, pica! ¡Aaah!
Ahí Neuval e Izan se tiraron por los suelos, llorando de la risa. Entonces Katya, que los oyó, abrió la puerta del baño de forma que casi derrumba la pared, mirándolos con rayos en los ojos y destacando unos dientes blancos apretados de ira entre un fondo negro.
—¡Neuvaaal! —chilló histérica, sintiendo los picores—. ¡Neuval Vernoux Soreil D’Elorie, me las vas a pagaaar!
—¡Qué engendro, jajaaajj...! —Neuval la apuntó con el dedo, carcajeando, aún tirado en el suelo.
—Govnyuk, mudak, natyanut’ galsz na zhopu, sukin sin, aarrghkmxftgh...!
—¡Oh, no! ¡Se ha puesto a insultarnos en ruso! ¡Huyamos! —exclamó Izan, poniéndose en pie como una bala y agarrando a Neuval de un tobillo para llevárselo de allí y salvarlo.
Así, el pequeño, cargado de adrenalina, arrastró a su cuñado literalmente por el suelo del largo pasillo mientras Katya corría tras ellos vociferando las peores palabrotas en ruso. Cuando Izan acabó llegando al piso de abajo, después de haber arrastrado al pobre hombre escaleras abajo, y Katya a punto de dar el salto del puma sobre ellos, se abrió la puerta de la entrada y apareció un hombre, que tenía un largo cabello rojo y unos ojos azules como el hielo tras unas gafas; las mismas gafas que Lex llevaría en el futuro. Era Hideki Saehara. Todo se quedó en pausa.
—¿Qué pasa? ¿Qué haces ahí parado, Hideki? —preguntó una mujer rubia apareciendo al lado de él.
—Creo que nos hemos equivocado de casa, corre... —se apuró el hombre, llevándose a su esposa hacia fuera.
—¡No, no! —saltó Katya, corriendo hacia ellos—. ¡Papá, mamá, esperad!
Los retuvo en la entrada y empezó a darles todo tipo de excusas, pero sus padres no podían fijarse en otra cosa que en su cara negra. Neuval le hizo una seña a Izan para que se alejasen de ahí a hurtadillas.
—Fuujin —lo detuvo su suegro con voz potente, que los había pillado.
—Mierd-... ¡Hola, maestro Hideki! No te había visto —sonrió Neuval con cara angelical, poniéndose en pie de un salto frente a su Líder—. Qué guapo estás hoy. Tu larga melena roja reluce aún más roja.
—¿Qué le has hecho a mi hija? —susurró fríamente, entornando los ojos.
—¡Ha sido Izan! —declaró Neuval firmemente, apuntando a su pequeño cuñado descaradamente con el dedo.
—Izan... —gruñó Hideki, mirando al niño.
—Izan... —gruñó Neuval, imitando la misma pose severa.
—¡Es mentira! —protestó el niño, desconcertado—. ¡Ha sido este francés loco! ¡Papá, lo juro, yo no he sido!
Tanto Hideki como su esposa Emiliya miraron a uno y a otro, sin saber a quién creer, mientras Katya permanecía ajena a todo, recapacitando sobre lo que estaba pasando, alicaída. Estaba ella tan tranquilita... Neuval siempre le gastaba bromas pesadas a Katya, pero ella no podía decir que era mejor persona. Desde que se casó con él, le cogió también el gustillo a gastar bromas así. Anoche ella fue bastante cruel con esas croquetas de pepino. Este alimento le daba arcadas a Neuval sólo con olerlo.
El pobre Lex se pasaba varios días a la semana viendo a sus padres comportándose como críos, y más de una vez lo utilizaban como mensajero. Incluso una tarde, haciendo los deberes del colegio, un misterioso globo de agua estalló sobre sus cuadernos y al día siguiente se lo tuvo que explicar a su profesora, muerto de la vergüenza. Se podía esperar más seriedad de unos padres, pero Neuval y Katya seguían siendo unos jóvenes de 25 años. Y estaba claro que esa diversión llenaba la casa constantemente de risas y alegría.
—Ha sido mi padre —irrumpió Lex con aire serio y tranquilo, bajando las escaleras.
—¡Judas! —brincó Neuval, dolido.
—¡Tesoro! —exclamó Emiliya, corriendo a abrazar a Lex con un brazo y a Izan con el otro—. ¿Qué tal mi hijito y mi nietito? ¿Habéis pensado ya qué querréis para vuestro próximo cumple?
—Hola, abuela —sonrió Lex, dejándose achuchar por ella—. Tío Ichi y yo lo hemos hablado, queremos celebrarlo aquí en mi casa.
—¿¡Q-...!? ¿¡Disculpa!? —intervino Izan, incrédulo—. ¡Te dije que yo no quiero aquí, quiero hacerlo en el Hiper Fun Park!
—Pues tú lo celebras allí y yo aquí —refunfuñó Lex.
—No podemos hacer eso, nacimos juntos el mismo día y por tanto cumplimos el mismo día —refunfuñó también—. Tenemos que hacerlo juntos en el mismo lugar como siempre.
—Venga, pequeños, no peleéis —dijo Hideki, revolviendo el pelo de ambos—. Sois los mejores amigos del mundo, ¿recordáis? Id pensándolo un poco más, aún queda tiempo.
—Abuelo —lo llamó Lex—. ¿Adónde vamos hoy?
Aquel domingo, como muchos otros, Hideki y Emiliya iban a la casa de su hija para pasar la tarde con su nieto Lex. Normalmente venían con Izan, pero este ya se encontraba ahí porque le gustaba pasar mucho tiempo en la casa de su hermana y jugar con su sobrino, ya que él y Lex eran inseparables. En cuanto a Brey, en ese momento estaba dentro del vientre de Emiliya, aún no había nacido.
—Pues hoy le toca elegir a Izan —contestó Hideki.
—¡Cine! —saltó este de inmediato.
—Ya fuimos al cine hace poco, tío Ichi —refunfuñó Lex.
—¡Deja de ser tan huraño! ¡Te pareces a mi padre!
—Hey... —refunfuñó Hideki con la misma cara que Lex, ofendido.
—Como tío tuyo te ordeno que te sometas a mí —siguió discutiendo Izan con Lex.
—¡Tonto!
—¡Caraculo!
Hideki, poniendo los ojos en blanco, decidió dejar a ambos niños con su discusión y se fue a buscar a Neuval, que había huido del vestíbulo. Mientras tanto, Katya se acercó a su madre, sonriente, y posó sus manos sobre su hinchado vientre.
—¿Habéis decidido ya cómo llamarlo, mamá?
—Pues mira —le explicó Emiliya—. Tu padre quiere ponerle nombre japonés, entre Eichiro y Hiroshi, pero yo no quiero ninguno de esos, yo quería ponerle entre Rüzovs y Míkel...
—No sé, mamá...
—No, ya sé que esos no —la tranquilizó, quitándole cuidadosamente la pringosa máscara negra de la cara—. Nos hemos decidido por uno más sencillo: Brey. Así es como se llamaba un tatarabuelo mío, hace dos siglos. Fue uno de los iris más brillantes del linaje Smirkov, y de la Asociación.
—Mm... —murmuró Katya, pensativa, rascándose su cara por fin libre pero algo enrojecida—. No está mal. Izan, ¿qué te parece llamar Brey a nuestro nuevo hermanito?
—¡Me da igual cómo se llame, yo sólo quiero que nazca ya! —sonrió el rubio, dejando un momento de pelearse con Lex—. Pero es mejor nombre que el mío.
—¿Qué? ¡De eso nada! —rezongó Emiliya—. Te puse tu nombre en honor a mi madre, Izna. Debes llevar ese nombre con orgullo, Izan, tu abuela es la iris más respetada y temida de todo el hemisferio oriental. Y estás tan loco como ella, razón de más.
—Tú también estás loca como ella, mamá —se rio Katya—. ¿Cómo es posible que seas una Shokubutsu y no una Yami como ella? Los elementos dependen mucho del carácter.
—Oh, cariño, yo iba a ser una Yami. Pero como era lo que toda mi familia esperaba, quise llevarles la contraria y elegí ser Shokubutsu.
—Te encanta llevar la contraria, ¿eh? —suspiró Katya.
—Joder, ¿sabes lo divertido que es?
—¡Mamá! No digas esas palabras delante de Izan y de Lex.
—¿No estabas tú gritando todo el diccionario ruso de palabrotas hace unos minutos? Déjame desahogarme, cielo, que llevo meses sin probar una maldita cerveza —suspiró Emiliya, acariciándose el vientre.
Katya se rio. Algo muy peculiar de Emiliya Smirkova es que era la mujer más divertida y más bruta del mundo, de estas que tras beberse una cerveza solía aplastar la lata contra su cabeza o abrir las puertas con una casual patada. Todo lo contrario a su marido. Neuval solía presumir de que le había tocado tener la mejor suegra de la historia.
Podía parecer un poco raro que Katya, a sus 25 años, fuese a tener un hermano que además sería tío de su hijo con casi cinco años de diferencia, y luego Izan y Lex eran tío y sobrino de la misma edad, pero así estaban las cosas. Emiliya y Hideki tenían 45, tuvieron a Katya a los 20, y esta a Lex también a los 20, pero no era tan inusual. Por aquella época seguía habiendo gente que se casaba temprano.
Por otro lado, Hideki acabó encontrando a Neuval en la cocina metiendo en una mochila grandes cantidades de chocolatinas de una despensa.
—¿Qué haces, Fuujin? —se extrañó, apoyándose contra una de las encimeras y cruzándose de brazos.
—Katya y yo vamos a aprovechar esta tarde que Lex se queda con vosotros para irnos con Pipi a investigar sobre el grupo terrorista Bin-Bak. Es una misión de vigilancia, así que tengo que coger provisiones —le mostró los dulces.
—Fuujin, creí haberte dejado claro que la operación Bin-Bak queda clausurada. Que yo sepa no te he dado órdenes de ir a investigar. ¿Tu padre te ha dicho algo?
—Fue él, de hecho, quien ha dado con la información de un posible nuevo paradero —le sonrió alegremente. Pero Hideki siguió mirándolo fijamente, muy severo—. ¡Vale, vale! Ya sé que cuando el Guardián encuentra información de este tipo, los demás no podemos hacer nada hasta que él se lo informe al Líder y el Líder nos dé órdenes. ¡Pero es que mi padre no te iba a informar hasta mañana, porque sabe que hoy tienes tu día libre con Lex!
—Llevo ya muchos años lidiando con tu impaciencia, Neuval. No puedo seguir eximiéndote estos impulsivos caprichos, ya eres un adulto.
—Maestro, no puedo dejar que esos cabrones sigan sueltos por ahí. Alvion dijo que los quería muertos. Ya sé que necesitamos el elemento de Emiliya, pero como está de baja por su embarazo, he pensado en pedir prestado a la ARS a su elemento Planta.
—¿Desde cuándo te importa lo que quiere Alvion?
—No es por eso —dijo levantando el dedo y dirigiéndose hacia la salida de la cocina, pero se paró a su lado—. Yo no espero a saber qué es lo que quiere Alvion para actuar, yo actúo para saber qué necesita el mundo. Y el mundo necesita que esos terroristas desaparezcan de una vez. Es así como considero correcto llevar las cosas, maestro. No te ofendas, eres un gran Líder, incluso un buen suegro, a pesar de tus malas pulgas, y estoy muy a gusto en la SRS y todo eso, pero… Necesito empezar a llevar las cosas por mi propio camino. Algún día, maestro, algún día crearé y lideraré mi propia RS —le dijo con un tono cargado de emoción.
—Aunque te conviertas en Líder de tu propia RS, seguirás teniendo el deber de esperar a que Alvion te dé la misión. Esperar el permiso de Alvion o sus órdenes para actuar o no contra una banda criminal tiene una lógica razón de ser, Neuval. Él es quien realiza la primera investigación principal sobre la existencia de una banda criminal o terrorista, o sobre la actividad o el crimen que están planeando llevar a cabo. Él crea la misión, y el Líder organiza el modo de cumplirla. Un Líder no puede crear las misiones de gran envergadura contra bandas grandes o internacionales. No olvides que Alvion cuenta con una inteligencia superior a la del resto del mundo, y para crear una misión grande debe tener en cuenta miles de consecuencias, repercusiones, detalles y posibles problemas paralelos.
Hideki se calló al ver que Neuval estaba ahí de pie, sujetando la mochila al hombro, con los ojos cerrados, y se le caía la cabeza un poco a un lado.
—¿Neuval? —lo llamó.
—¡Ggnah! —dio un exagerado ronquido, abriendo los ojos de golpe y haciéndose el sorprendido—. Ah… disculpa, Hideki. Por un momento estaba soñando que me aburrías con un discurso sobre Alvion y el deber.
—¿Y si te parto con un rayo? —le espetó molesto, generando descargas eléctricas por sus brazos cruzados.
—Maestro, de verdad. ¿Desde hace cuánto me conoces? ¿Casi quince años? No es por alardear, pero creo que he demostrado ya muchas veces tener una inteligencia equiparable a la de Alvion.
—Pero nunca podrás equipararte a su experiencia por obvias razones de diferencia de edad. Alvion tiene 90, y tú 25.
—Pues en algún momento tendré que comenzar a adquirir la experiencia, ¿no?
—Aaay… —suspiró Hideki largamente, cerrando los ojos. Casi siempre era imposible hacer cambiar de parecer a Neuval cuando se obcecaba con un objetivo.
—Cuando cree mi propia RS, espero que me dejes meter a mi padre en ella.
—¿Me vas a hacer renunciar de mi SRS a mi Guardián, mi mejor amigo y el iris más fuerte del planeta? —protestó Hideki.
—No hará falta, Kei Lian será totalmente incapaz de dejarme solo en mi propia RS y tomará la decisión él mismo de mudarse a ella.
—Te aprovechas de su debilidad por ti.
—Soy su hijo. La debilidad que siente por mí y por Sai es eterna e inevitable —sonrió—. La pena es que Pipi no tiene más remedio que quedarse en tu SRS, ya que va a ser tu sucesor, ¡pero mejor así!, porque entonces los dos seremos Líderes y tendremos RS hermanas.
—Neuval. De verdad. Aún eres muy joven —insistió—. Y tienes que ocuparte de un hijo pequeño y de tu mujer. Y estás en camino de crear una multinacional. ¿Crees que podrás añadir a tus responsabilidades algo tan grande como dirigir una RS creada por ti? ¿Tanto ansías llevar tu trabajo de iris por tu propio camino? ¿Es sólo por eso, porque quieres trabajar más a gusto y nada más?
—Por supuesto que no es sólo por eso —contestó Neuval, esta vez poniéndose muy serio, y Hideki lo miró sorprendido por ese cambio de tono—. Nadie acoge a los iris menores de 10 años, Hideki. ¿No te has dado cuenta? Las plazas se están llenado con iris jóvenes y adultos, mientras que la mayoría de esos niños están sin un lugar a donde ir y otros esperando y aguantando en sus casas las ganas de usar su iris para combatir las injusticias. Necesitan hacer algo, sentirse útiles. Crearé mi RS y poco a poco integraré a esos niños que nadie quiere, y convenceré a más RS para que les den una oportunidad a los demás. Y te juro que mi RS será la mejor del mundo. Mi KRS.
Con una última sonrisa llena de esperanzas e ilusiones, Neuval salió de la cocina con su mochila de chocolatinas. Hideki permaneció ahí, pensativo.
—¡Apartaos de mi mujer, pequeños gusanos! —oyó a Neuval desde el vestíbulo.
—¿¡A quiénes llamas gusanos!? —exclamaron los dos niños.
—¡Aaah! —se oyó gritar a Lex—. ¡Me estás llenando de babas, papá!
—¡Darte una docena de besos de despedida es obligatorio para el éxito de mis misiones, Lex! —le decía Neuval.
—Eso de besar es normal en los franceses, ¿no? —preguntó Izan.
—¡Uah, Neuval! ¿¡Qué haces!? —gritó Katya—. ¡Que no soy un saco de patatas! ¡Bájame al suelo! ¿¡Y qué haces con esa bolsa llena de chocolatinas!?
—¿Cómo, no quieres que las lleve para la vigilancia?
—¡Claro que sí, pero tú y Pipi tenéis prohibido comerlas! ¡Son todas mías!
—Ayyy, mi glotona… —sonrió Neuval con cariño—. ¡Lex, te quiero, pórtate bien con tus abuelos y con tu tío! ¡Hasta luego!
Y se oyó la puerta cerrase y reinó el silencio y la calma. Hideki, aún en la cocina, suspiró con una leve sonrisa, negando con la cabeza.»
Claro... ¿Por qué seguir engañándose? El objetivo de todo iris es encontrar la felicidad absoluta y colectiva mediante la justicia verdadera. Era el deber por el que existían: evitar y combatir los males, tanto para ellos mismos como para los demás. Darle a la humanidad un verdadero sentido.
Es el camino que Neuval eligió firmemente a los 12 años y estuvo siguiéndolo durante muchos años después. Todo tipo de males que se encontraba obstruyendo su camino los eliminaba, pero la muerte de Katya se convirtió en un repentino terremoto. Formó una grieta en este camino y Neuval cayó por ella. Llevaba siete años cayendo por ella.
Ahora, podía dejar de caer, de una vez por todas. Sentía que ya era momento de agarrarse a algo. Se sentía capaz, tal vez no de superarlo, pero sí de empezar a intentarlo, y dejar de estar a merced de la fuerza de la gravedad del pasado. Katya siempre se lo decía antes de cualquier misión que iban a emprender. Le decía que recordase, que recordase, que nunca olvidase, todas las cosas por las que él había pasado desde que nació, todas las desgracias que había sobrevivido, y cuál era el motivo gracias al cual siempre había seguido adelante.
Y el motivo para Neuval siempre era el mismo. Proyectar su mayor miedo. Katya le dijo que, ante una crisis o un dilema, proyectara en su cabeza tres posibles futuros. En cada uno, existía un Neuval diferente. En uno de esos futuros, había un Neuval muerto por suicidio. En otro, había un Neuval pasando el resto de su vida en un hospital o en un callejón con consecuencias irreversibles de salud por el excesivo consumo de drogas y machacado por la depresión. Y en el tercer futuro, había un Neuval sano, fuerte, contento y entusiasmado. En el primer futuro, sus hijos, su familia y amigos cercanos estaban marcados para siempre por su suicidio. En el segundo futuro, sus hijos, su familia y amigos se habían alejado de él y no querían estar más con él. En el tercer futuro, sus hijos, su familia y amigos estaban a su lado, disfrutando juntos del día a día, comidas, cenas, cumpleaños, vacaciones, viajes, experiencias… durmiendo cada noche con la conciencia tranquila.
«“¿Cuál de esos tres Neuval quieres acabar siendo?”» se preguntó a sí mismo, pero recordando la voz de Katya haciéndole esa misma pregunta en los momentos difíciles que habían vivido.
Había una cuarta versión de Neuval que Katya sabía que existía y que nunca quiso incluir en esa lista de posibilidades. Un Neuval muy diferente. Oscuro, aterrador, vil y demoníaco. Un monstruo de tinieblas y de terroríficos ojos plateados sedientos de sangre y destrucción. Era la versión de sí mismo que Neuval creía poseer todavía en algún rincón de su interior. La versión de sí mismo que más le atemorizaba, porque era prácticamente la versión que le recordaba a Jean. Era el Neuval que menos veces había sacado a la luz a lo largo de su vida, pero cuando lo había hecho, era el que más daño había causado al mundo. Él creía que este Neuval aterrador era el que se manifestaba cuando padecía un brote de majin, como el que había aniquilado y despedazado a aquellos 12 delincuentes el otro día. O como el que destruyó la mitad de Japón hace siete años tras encontrar el cuerpo asesinado de Katya.
Lo que tenía claro, es que los tres Neuval de los tres peores futuros habían llegado a ese destino por seguir cayendo por el abismo de esa grieta. Y el único Neuval con el futuro más positivo y lleno de luz era el que había decidido hacer un gesto muy pequeño y muy sencillo, alargar un brazo y agarrarse a una piedra. Eso no lo iba a sacar de la grieta, pero al menos iba a detener su caída. Y era un comienzo.
«Estoy cansado de tener miedo de las cosas incorrectas» pensó, llevándose una flor arrancada bajo la nariz. «No debo temer la muerte, sino morir en vida. No debo temer tanto que mis hijos estén peligro, y temer más que sean infelices y sufran. No debo temer quién soy, sino a aquel en quien no quiero llegar a convertirme».
Se puso en pie sobre la colina y miró al horizonte, las luces de la ciudad. «Y yo soy Fuujin. ¡El más poderoso!».
Y eso no era todo. Había más cosas que estaban cambiando, avecinándose, acechando, y debía tenerlas bien presentes si iba a tomar definitivamente una decisión.
«Takeshi Nonomiya se jubila» recordó. «Y tengo el presentimiento de que Hatori se saldrá con la suya. Si sale elegido, comenzará a hacer cambios radicales, retomará el proyecto abandonado por su padre y será el fin de esta calma de siete años. Hatori reanudará La Caza e irá a por todos nosotros. No tendrá piedad. Tengo que pensar en mi familia, y en mis hermanos iris. No puedo quedarme de brazos cruzados. No nos espera nada bueno».
«Yo también tengo que reanudar mis proyectos» pensó, tirando la florecilla colina abajo. «Hoteitsuba, mi familia y mi KRS. Merecen a un mejor yo. El mundo merece a un mejor yo. Y voy a serlo. No soy un problema, no soy un fracaso, no soy un caso perdido, no soy Jean. No soy un monstruo…» pensó esto último con un ápice de duda. Pero luego volvió a ponerse firme.
«Hay un monstruo del que sí debo preocuparme. Izan… has vuelto a dar señales de vida después de tantos años. Has regresado a Japón, a Tokio. Atacas a Kyo para dar una señal de ello. Y te apoderas de lo que probablemente era un talismán de los Knive. ¿Por qué? ¿Qué tramas? ¿Qué objetivo puede tener un arki como tú? Katya… lamento que tu hermano haya acabado convirtiéndose en esto. Pero te prometo que me encargaré de él, y de que la memoria de Ichi no sea mancillada».
Sonrió. Cerró los ojos y se metió las manos en los bolsillos. Después se quedó observando la ciudad llena de luces desde lo alto de la colina del cementerio, con el viento gélido de la noche meciendo sus cabellos. Liberado. Así es como se sentía por primera vez en muchos años. Izan, Hatori o quien fuera, no importaba la amenaza. Ya era hora de plantar cara. Miró por última vez la lápida de Katya.
* * * *
Pipi, que se encontraba reunido con su Segunda, Waine, y con su pequeño Guardián, Jannik, en lo alto de un rascacielos discutiendo algunos asuntos de misiones, dejó de hablar de repente cuando su visión captó algo extraño. Al percatarse, Waine y Jannik se giraron para ver también.
—¿Qué es aquello? —preguntó el pequeño Jannik.
—¿Qué diablos...? —musitó Pipi, desconcertado.
Los tres observaron aquella intensa luz blanca brillando en una muy lejana colina. Y de pronto, vieron cómo se alzó hacia el cielo nocturno, hasta disiparse entre las nubes. Un cosquilleo recorrió el estómago de Pipi, y una risa nerviosa se le escapó por la boca.
—No... —sonrió—. ¿¡No será...!?
No cabía duda, no se les pasó por alto. Aquella era la huella de una persona, y todos sabían que sólo había un iris en el mundo capaz de surcar los cielos. Esa luz blanca nunca había brillado tanto en los últimos siete años.
Llegó la hora de la apertura del festival. Gran parte de los ciudadanos lo estaba esperando, por ello toda la zona del Parque Yoyogi de Shibuya estaba con un ambiente cargado de ánimo y excitación. El templo estaba en el corazón del parque, rodeado de bosque. Parecía un mundo aparte, aislado de la bulliciosa ciudad de rascacielos del exterior.
Una vez atravesado el tori de la entrada al parque, había un paseo de varios minutos por un ancho camino de grava entre enormes árboles hasta el templo. El tori era una estructura generalmente de dos pilares de madera que sostenían otra estructura horizontal, y eran las puertas que señalaban el camino hacia un templo. Tras doblar el último recodo del camino, se presentaba a la vista otro tori más pequeño custodiando la entrada del recinto. Era un complejo de varios edificios, y frente al edificio principal del templo se extendía un gran patio interior baldosado, rodeado de una fortificación levantada en columnas de madera y tejados de esquinas curvas.
Ahora, ya hechos los preparativos del festival, este inmenso patio principal estaba abarrotado de diversos puestos en todo su recorrido. Eran puestos de comida, de suvenires, de la suerte, de sorteos y juegos…
Se había dejado en el centro un espacio desde la puerta del templo hasta el tori exterior para que realizasen una función tradicional, que consistía en una representación de cómo era la época durante el inicio del gobierno Meiji. Hacían una obra teatral de cuatro actos repartidos para cada día del festival, comenzando con el emperador retomando su poder tras dar fin a la dictadura militar del shogunato Tokugawa de dos siglos y medio. Después, continuaba contando cómo el emperador inició el cambio para hacer que la sociedad japonesa se equiparara a la europea y fuera algo más democrática.
El lugar se estaba llenando de gente considerablemente al paso de los minutos. Unos iban con ropa normal, y otros iban con kimonos tradicionales reservados para este tipo de eventos. Muchos niños habían traído espadas de madera, ya que había una parte de la actuación en la que podían participar haciéndose pasar por soldados del emperador.
A eso de las seis de la tarde, cuando el cielo empezaba a ponerse naranja, Cleven se adentró en el recinto con Nakuru y con Álex. Tal como había planeado, se había pasado por la cafetería de Yako para decirle que se viniese con los demás, y este había dicho que por supuesto.
Cleven iba con un elegantísimo kimono rojo oscuro con flores blancas y matices dorados estampados. Según le había dicho su madre, cuando aún vivía, perteneció a su bisabuela, es decir, a la abuela paterna de Katya. Normalmente, los kimonos solían pasar de madres a hijas, esto es, de la abuela materna a la madre y de la madre a la hija, pero la madre de Katya era rusa y no tenía tal kimono, así que su padre, Hideki, japonés natural, le pasó a Katya el kimono de su madre, y luego Katya a Cleven. Realmente Cleven daría un aspecto de lo más elegante y sofisticado si no fuera porque sujetaba un bollo de chocolate en las manos y se lo estaba comiendo como si hubiera pasado los últimos quince años en la cárcel.
Nakuru, por su parte, iba con un kimono negro con un estampado de flores azules que brillaban al reflejo de la luz, heredado igualmente de su abuela paterna. Y finalmente Álex, que iba un poco perdida en esto de las tradiciones, iba con uno que se había comprado, no tan elegante como el de sus amigas por ser menos antiguo pero igual de bonito, blanco con un estampado de flores sencillo. Las tres se habían recogido el pelo con un moño alto.
—Ay, esperad un momento, por favor —pidió Álex, parándose, cuando las tres estaban pasando bajo el tori.
Se fue cojeando hacia una de las anchas columnas de la puerta y, apoyándose en ella, intentó colocarse bien el calzado.
—No sé cómo podéis andar con esto —se lamentó.
—Espera —sonrió Nakuru, acudiendo a su ayuda—. Qué lástima que Raven no esté aquí —comentó, acabando de colocarle la sandalia de suela gruesa—. Con el jaleo que se oye desde aquí, debe de estar muy animado.
—Es verdad —contestó Cleven, dándose la vuelta para intentar ver algo del patio principal, al otro lado del pórtico—. Aunque sí fue al del año pasado, su primera vez.
Cuando fue a darse la vuelta otra vez, lo vio todo negro después de oír un ruido desagradable. Se había chocado contra alguien, y su bollo, al que iba a darle otro bocado, se le había espachurrado en la cara y se había llenado de crema de chocolate. Se quedó con el bollo pegado en la cara.
—Ah, disculpa —dijo el chico, corriendo a quitarle el bollo de la cara—. Ha sido por mi culp...
Cuando el inconfundible rostro de Cleven quedó al descubierto, el chico dio un pequeño brinco.
—Ah, joder, eres tú —gruñó, desviando la mirada con pasotismo y tirando el bollo al suelo—. A ver si miras por dónde vas, pelmaza.
—Niagh… —rugió Cleven, haciendo ademán de estrangularlo, todavía con la cara manchada—. ¡Raijin! ¿¡Quién sino osaría fastidiarme el momento!?
—Límpiate, cerda —replicó, cruzándose de brazos.
—Vamos, vamos, no seáis así —intervino Yako, apareciendo con Sam y con MJ, y también con Kain y su prometida.
—¡Yako! —saltó Cleven llena de alegría.
—Toma, anda, límpiate antes de que Rai siga metiéndose contigo —le sonrió Yako, tendiéndole un pañuelo de papel—. Guau, estás deslumbrante.
Cleven se sorprendió por su comentario y sonrió con vergüenza e hizo unos gestos tímidos. Ella ya había oído muchas veces a la gente decirle que era muy guapa y esas cosas, pero ella personalmente no sentía mucho interés por su propio aspecto ni por procurar que los demás la viesen bella. Por eso, como no era algo que estaba en su cabeza todo el tiempo, cuando alguien se lo decía, siempre la pillaba por sorpresa y realmente lo sentía como un halago.
Una de las cosas que a Nakuru le encantaba de su amiga era que Cleven no era nada creída, a pesar de ser la chica más increíblemente hermosa del mundo, a sus ojos. De hecho, a veces era, quizá, demasiado poco creída. Nakuru a veces notaba que Cleven realmente se tenía en muy baja estima, y algunas veces, sinceramente, desearía que se permitiera a sí misma ser un poquito creída. Pero Nakuru sabía que Cleven no deseaba o buscaba ser bella ante los demás. Sólo buscaba ser de utilidad. De esto sí que Cleven creía carecer, y si por ella fuera, intercambiaría toda su belleza por un poquito más de inteligencia, capacidad y utilidad.
En ese momento, nadie se dio cuenta, pero MJ lanzó una mirada celosa a Cleven, a pesar de que Yako también le había dicho a ella que estaba realmente preciosa con su kimono.
—Gracias —contestó Cleven entonces.
—Aaah, qué bien que hayas traído contigo a tu amiga Nakuru —comentó Yako, ofreciendo su mejor actuación.
—¡Claro que sí! Así podéis ir conociéndola mejor, porque es la chica más lista, más fuerte y más increíble del mundo y tenerla como amiga es como tener más luz en tu vida —afirmó Cleven con vehemencia, pasando un brazo sobre los hombros de su amiga.
Nakuru se quedó con una cara pasmada y de color rojo fosforito. Hablando de inesperados halagos, lo que Cleven acababa de decir la dejó tan deslumbrada que por poco se quedó de piedra, casi literalmente, por su iris henchido de regocijo. Yako también se quedó algo anonadado por el comentario imprevisto de Cleven.
—¿Sabes qué? —sonrió el joven Zou, inclinándose un poco hacia Nakuru, mirándola a los ojos—. Que creo que tienes mucha razón, Cleven, tu amiga emite una energía hermosa y tenerla de amiga realmente hace a uno afortunado.
«¡Por Dios, parad ya, los dos!» pensó Nakuru para sus adentros, sin poder aguantar tantos elogios, pero sin atreverse a decir nada, por si acaso se iba de la lengua. Era aún más difícil por tener que fingir que no conocía a Yako de toda la vida y que lo conoció ayer en la cafetería por primera vez. Luego vio a Sam ahí detrás de Yako, sonriendo hacia ella también. Sam no solía sonreír, por lo que, cuando lo hacía, significaba algo. «¡Que paréis todos, ya!» pensó Nakuru de nuevo, tan roja que estaba ya echando vapor por los oídos. Por lo menos, Raijin no estaba ahora prestando atención a ese momento, estaba conversando con MJ y con Kain aparte.
—¡Guau, Nakuru! —saltó Álex, agarrando su mano—. Sí que estás rodeada de gente buena —le dio un beso en la mejilla, prendada de ella.
Cuando Yako y Sam vieron eso, pusieron la misma cara de sorpresa y se quedaron mirando a su “hermanita” fijamente. Nakuru ya parecía una estatua incandescente.
—Sí… esto… pues… —balbució—. Bueno… esta es… os presento a Alejandra… o Álex… mi novia… y… eso.
—¡Mucho gusto! —les dijo Álex felizmente—. Yako y Sam, ¿verdad? Cleven nos ha estado hablando sin parar de vosotros por el camino. ¡Wuay! —exclamó de pronto, pues se le soltó una cinta del calzado otra vez y dio un tambaleo—. ¡De verdad! ¡Debí traerme las deportivas!
—Hahahah… Tranquila, que yo te lo arreglo de una vez por todas —le dijo Cleven, llevándola a sentarse sobre un escalón por ahí cerca.
Yako y Sam seguían con la boca medio abierta. Ahora que estaban a solas con Nakuru, se arrimaron a ella como dos agentes de la CIA.
—¿Cuánto tiempo llevas con ella? —preguntó Yako seriamente.
—¿Cómo la conociste? —preguntó Sam igual de estricto.
—¿Se porta bien contigo?
—¿Te trata bien?
—¿Cómo de serio es lo vuestro?
—¿Te has asegurado de sus intenciones?
—¡Basta, por Dios! —los frenó Nakuru—. Madre mía, relajaos un poco, chicos.
—No nos habías dicho nada hasta ahora, Nak —dijo Yako—. La has llamado “novia”, y no “amiga”, como sueles hacer cuando todavía estás conociendo a alguien. “Novia” es que ya has formalizado tu relación con ella. Si sales con alguien nuevo, debemos evaluar si es bueno para ti.
—No, dejad ya eso, ya no soy una niña pequeña, no necesito que me protejáis tanto.
—¿Después de cómo te trató tu última novia? —discrepó Sam—. ¿Que te dejó destrozada durante meses? Te usó y te partió el corazón.
—No podemos volver a permitir que eso pase —afirmó Yako.
—Chiiiiicos —los interrumpió pacientemente—. Lo sé, lo pasé muy mal con mi anterior relación. Pero no tenéis que preocuparos de nada. Esta vez, es diferente. Álex es diferente. Llevo saliendo con ella algunos meses. Y hemos formalizado nuestra relación hace dos semanas. Esta vez, me he tomado mi tiempo, y he ido con más cuidado. Y os lo aseguro, chicos. Esta es genuina. Es una humana maravillosa. Es buena, buena de verdad, y me hace feliz todo el tiempo, y es atenta, y generosa, siempre mirando por mí, nunca me pide nada, nunca se enfada si algo no le gusta, si tiene algún problema conmigo, me lo dice directamente y de buen corazón, le gusta sentarse a hablar de las cosas, y gastar el tiempo en alegrías y diversión y menos en dramas.
Sam suspiró más tranquilo al oírla describirla de esa manera. Yako, por su parte, estaba tan conmovido que se estaba secando las lágrimas con otro pañuelo de papel, casi sollozando.
—Y hace poco terminé de convencerme del todo, porque recientemente descubrí de qué familia proviene realmente.
—¿Una familia de buenos humanos? —dijo Yako.
—No. No de humanos. El padre de Álex es Pipi.
—¿¡Qué!? —exclamaron ambos chicos—. ¿Así que es esa? ¿La hija de la que siempre hablaba Pipi? —preguntó Sam.
—Qué curioso, así que es una Suárez… —comentó Yako, observando a Álex allá a lo lejos con Cleven—. Desde luego no percibo que sea una iris, ¿entonces es una almaati?
—No. Álex no es ningún tipo de miembro de la Asociación, a pesar de ser una Suárez —les explicó Nakuru—. Es hija de Pipi, pero se crio en España hasta hace poco con su madre, que es una humana externa a la Asociación.
—¿Entonces Álex no ha tenido contacto con su familia paterna allí? —se extrañó Yako.
—Sí, ha tenido mucho contacto con ellos toda su vida. Pero cada vez que Álex me ha hablado de sus abuelos, de sus tíos y primos, cree que son gente normal. Ella ignora que toda su familia paterna está repleta de iris y almaati, y la existencia de la Asociación y todo.
—Ya veo —comprendió el Zou—. Pipi ha querido mantenerla alejada de la Asociación y los iris, y le habrá pedido a toda su familia de España cumplir esta regla con ella.
—No me puedo creer que estés saliendo con la hija de Pipi —comentó Sam—. Eso es… como un nivel alto y arriesgado. Es como si yo ahora empezara a salir con la hija de un ministro.
—Vamos, no es nada como eso —se rio Nakuru—. Pipi es uno de los iris más importantes del mundo, pero siempre ha sido cercano a nosotros, como un tío. Después de todo… —suspiró, girándose para mirar a Cleven—… es el más íntimo amigo de Neuval.
Yako observó un momento a Nakuru, en silencio. Luego miró a su alrededor con cuidado. Raijin, MJ y Kain seguían conversando más allá.
—Nak. ¿Estás segura de esto?
—¿De qué?
—De dejar que Cleven continúe relacionándose con nosotros. De seguir ocultándoselo a Fuujin.
Nakuru no respondió enseguida. Seguía mirando a Cleven. Se quedó pensando un rato.
—De pequeña, Cleven siempre solía repetir una frase cuando algo malo sucedía, y que siempre me costó comprender. A nosotros los iris se nos entrena y se nos educa para saber identificar el bien y el mal en todas sus formas: en las personas, en la naturaleza, en los sucesos, en las palabras, en los actos… Debemos defender siempre el bien y rechazar siempre el mal. ¿No es así?
—¡Por supuesto! Es como debe ser —dijo Yako.
—Pero Cleven a veces decía que, a la hora de tomar una decisión, no hay que pararse a pensar en si es algo bueno o algo malo, sino en si es necesario o innecesario.
Yako y Sam se miraron, algo confusos.
—Pero… es lo mismo, ¿no? —dijo el Zou—. Lo necesario es lo bueno, y lo innecesario es lo malo.
—Desde el punto de vista de Cleven, esos conceptos no siempre coinciden —contestó Nakuru, encogiéndose de hombros—. Lleva siete años sin decir esa frase. Sin hablar de esa forma rara con que solía hablar de pequeña. Ella siempre hablaba de los cambios. De que la vida funciona mediante ellos. Nos gusten o no nos gusten.
Nakuru se quedó un rato callada, reflexiva. De repente, miró a ambos chicos con firmeza.
—Yo creo que Cleven necesita este cambio. No importa si trae buenas o malas consecuencias. Creo que debe suceder. Es cierto que Fuujin la ha mantenido alejada y protegida todos estos años. Pero… a veces… llega un momento en que hay que dejar que pase… algo diferente o nuevo. Quiero que Cleven continúe con este plan de encontrar a su tío. Y por eso necesito tu ayuda. Sobre lo que ya te dije por teléfono —le dijo a Yako.
—Bueno —sonrió este—. En ese caso, seguiré tu plan.
De pronto Yako y Nakuru se dieron un susto cuando Sam soltó una exclamación, porque alguien aparecido de la nada lo agarró y lo levantó por encima de su cabeza.
—¡Jajaaa! —carcajeó—. ¡He cazado un leoncito!
Era un hombre muy alto, probablemente rozaba los dos metros. Era de etnia africana, de piel muy oscura, y tenía los ojos caoba, grandes como su sonrisa. Su cabello oscuro era ensortijado, peinado mediante largas rastas y trenzas, recogidas por detrás de la cabeza. Iba muy bien vestido, con camisa, jersey plano por encima y chaqueta de traje. Y, aun así, su modo de actuar no era tan elegante, zarandeando al pobre Sam como si fuera un saco de patatas.
—Put me down, you crazy old man! —protestó el chico, muriéndose de la vergüenza.
—¡Qué bochornoso! —declaró el hombre, poniendo a Sam en el suelo, y se acercó al joven Zou—. Yako, despídelo. Lo he atrapado como a un indefenso cachorro, demasiado fácil, ¡no me ha visto venir! Qué vergüenza para un iris dejarse atrapar así, ¡y además siendo un Dobutsu con olfato e instinto superior! Despídelo.
—Hahah… —se rio Yako—. Vamos, Zuberi, no seas duro con Sammy. No por eso merece dejar de trabajar en la cafetería.
—Me refería a que lo despidieses de la Asociación.
—Este año tampoco dispongo de esa autoridad —bromeó.
—Habla con tu abuelo.
—Ni hablar.
—¿Puedes por favor largarte y dejar de molestar, papá? —intervino Sam, recolocándose la ropa.
—Oooh, ¡Nakuru! —exclamó el hombre con tono tierno, ignorando descaradamente a su hijo—. ¡Estás tan bonita…! ¡Samuel! ¿Le has dicho a tu compañera lo bonita que está con su kimono? Díselo. Sé un buen caballero medio inglés.
—¡Largo ya! —gruñó este.
Yako y Nakuru no paraban de reírse. Zuberi decidió dejar de martirizar a su hijo y se despidió de ellos, después de revolverle a Sam su cabello rubio y dejárselo despeinado. Se reunió con otros hombres y mujeres mayores de su edad, amigos suyos, que lo esperaban allá y habían venido con él para disfrutar del festival también.
—Humano loco… —refunfuñó Sam, teniendo que quitarse la goma de pelo para volver a recogerse sus cabellos largos.
—¿Se puede saber de dónde ha sacado tu padre esa fuerza? —preguntó Nakuru, asombrada—. ¡Te ha levantado como si nada!
—¿No te lo ha dicho? —dijo Yako, señalando a Sam—. Zuberi lleva ya cinco meses asistiendo esporádicamente a entrenamientos de cooperador en el Monte Zou.
—¿¡Qué dices!? ¡Sam, ¿tu padre ha decidido convertirse en almaati?! Eso sí que no me lo esperaba.
—Pero si se ha pasado la vida diciendo “algún día lo haré, algún día lo haré”, el muy pesado —suspiró este—. Se está emocionando mucho con ello. Cree que trabajar en la Asociación es fácil. Tiene mucho que aprender aún.
—Hey, ¿de qué habláis? —apareció Cleven junto a ellos alegremente junto con Álex con su calzado ya arreglado.
Yako, Sam y Nakuru dieron un leve brinco de sobresalto y volvieron a recuperar una actitud cuidadosa.
—Eh, ¿entramos ya o no? —vino también MJ, con Raijin y la pareja.
—Sí, vamos —apremió Yako a todos.
Caminaron un poco hacia la entrada del pórtico. Como había mucha gente entrando, iban algo lentos, haciendo cola. En un momento, Raijin se vio ahí al lado de Cleven mientras los demás estaban algo más delante, entre la gente. El rubio, con las manos en los bolsillos y aire indiferente, la miró de reojo un momento, de arriba abajo.
—¿De dónde has sacado ese kimono? —le preguntó de repente, con su tono frío de siempre.
Cleven lo miró, un poco extrañada por la pregunta. Pero seguía molesta con él por haber echado a perder su delicioso bollo de chocolate y además por su poca consideración.
—No te importa —contestó ella con el mismo tono, imitando su voz.
—¿No lo habrás robado?
—¡Hmp! ¿Pero a ti qué te pasa? —le enfrentó, con actitud inquisitiva, poniendo los brazos en jarra, y le sonrió con suspicacia—. Claro, te da rabia que esté tan guapa hoy, ¿eh? ¿Señor Sonrisas?
Raijin miró a otro lado, desprendiendo su seriedad de siempre.
—Pues sí —murmuró.
—¿Eh? —preguntó Cleven, que no lo había oído bien.
Pero Raijin se adelantó y se alejó a propósito, sin decir nada más. Cleven se quedó un poco confusa, y meditabunda. Por fin todos pasaron el pórtico y salieron de la agobiante aglomeración de gente hacia el amplio patio interior, donde la gente se dispersaba por todas direcciones hacia los distintos puestos de entretenimiento y de venta de comida y objetos.
—¿Pasa algo, Cleven? —le preguntó Yako, encontrándola ahí atrás muy callada.
—¿Eh? No —sonrió, emprendiendo la marcha—. Es sólo que Raijin está un poco raro, ¿no crees?
—Heheh, bueno, sí que está un poco raro desde la noche del lunes, la verdad. No sé por qué.
«Uy... ¿La noche de lunes?» se sorprendió ella. «Fue cuando los vi entrar a los dos en la discoteca del Gesshoku y me peleé con Raijin allí».
—Por cierto, Cleven. ¿Te quieres venir esta noche a mi fiesta, después del festival?
—¿¡Cómo!? —brincó eufórica—. ¿Das una fiesta?
—Sí, con algunos amigos de la uni, para celebrar que pasamos los exámenes de Navidad. Cada año lo hacemos, una vez en casa de otro. Este año me toca a mí.
—Pero... si es para la gente de tu universidad, ¿qué pinto yo?
—Kain, su prometida y Raijin no son de mi universidad y también van a ir —contestó, encogiéndose de hombros.
—¡Voy! —declaró firmemente decidida, deteniéndose y agarrándolo de las mangas—. ¡Te juro que voy!
—Vale... —sonrió Yako—. Me asustas, pero vale.
Mientras todos caminaban un poco dispersos por la zona, pensando qué puestos visitar primero, Yako se quedó congelado un instante cuando divisó a los mismos dos guardianes del Monte Zou trajeados que acompañaban a Alvion la otra noche en el puente de la autopista. Estaban ahí cerca, parados junto a la esquina de un puesto de comida, simplemente esperando y vigilando el entorno. Yako, entonces, miró a un lado y a otro, tratando de comprobar si Alvion de verdad también andaba por ahí, pues no quería cruzarse otra vez con él.
No obstante, fue Cleven, que se había ido corriendo un momento hacia un puesto de dulces y pasteles tradicionales, quien divisó a un anciano muy particular en otra zona del gran patio. Mientras sujetaba un palillo con bolitas de dango ensartadas, hechas de una masa dulce, que acababa de coger del mostrador, se quedó un poco abstraída, porque aquella imagen atrapó un poco su atención.
Alvion estaba de espaldas y Cleven solamente veía su larga melena blanca, adornada con dos pequeñas trenzas y algunos abalorios de madera y de metal, cayendo por su espalda. Estaba en una esquina apartada del patio, donde había poca gente. Estaba inclinado hacia un hombre joven que, al parecer, se había excedido con la bebida y estaba con las manos apoyadas en el muro, vomitando sobre una reja de alcantarilla. Ese anciano tenía una mano sobre su espalda. Parecía que lo estaba asistiendo. El joven estaba muy mareado, y el anciano lo condujo a sentarse en un banco. Intercambiaron unas palabras. El joven asintió con la cabeza, sonrió, hizo un gesto de agradecimiento y se mostraba avergonzado. El anciano le tendió un pañuelo, y el joven lo aceptó humildemente para limpiarse. Entonces, se despidieron, y Alvion dio media vuelta para seguir su camino.
Cuando Cleven lo vio de frente, sus ojos verdes se fueron abriendo lentamente hacia el asombro y hacia una sensación especial. No pudo dejar de preguntarse quién era ese anciano, se lo preguntaba ansiosamente. Toda la gente que pasaba por su lado lo miraba con gran asombro también, pues Alvion llamaba la atención fácilmente por su altura y su porte esbelto pese a su muy avanzada edad. Con su cabello blanco como un manto de nieve y sus ojos dorados, y su elegante traje Zou con capa, la gente no podía evitar comentar si tal vez ese majestuoso anciano iba a ser el actor que interpretaría al emperador Meiji en la función o algo similar.
Cleven seguía absorta, cada vez más lejos de la realidad, con el rostro lejano del anciano reflejándose en su ojos, sumergiéndose sin querer en una vieja memoria…
Hace 9 años…
«Una pequeña niña con un voluminoso cabello rojo, que la hacía parecer una pequeña y esponjosa nube de frambuesa, iba correteando sigilosa por un laberinto de estanterías repletas de libros extraños de múltiples épocas y culturas humanas. Tenía que darse prisa y tener cuidado, pues por ahí andaba también un anciano de largo cabello blanco, y no podía dejar que la descubriera allí, una vez más, en esa zona privada y restringida de la mayor biblioteca del mundo.
La niña llevaba un libro entre sus manos, que hablaba de una antigua teoría sobre cómo funcionaba la capacidad de la mente humana de forjar creencias y pensamientos opuestos en un solo instante, en función del carácter, ya bien dependiente del factor de la genética o del factor del entorno sociocultural cuando se experimentaba un conflicto o una crisis. Era un libro prohibido porque era muy valioso y con conocimientos un poco complicados de aceptar. Fue escrito por Wei Zou, el fundador de la Asociación y descubridor de los iris. Esa era la única copia en francés, único idioma que podía leer sin problema, ya que leer en japonés todavía le era difícil en su actual nivel escolar.
Cuando por fin logró dejar el libro en su sitio, procuró salir de allí lo antes posible. Pero, en un determinado momento, al asomarse al pasillo principal, más ancho, vio al anciano pasando por ahí cerca. Entonces, ella se ocultó detrás de una gruesa columna de mármol. Cuando el anciano pasó por esa zona, se detuvo. Miró en silencio a su alrededor. Sólo veía estanterías, libros y columnas. No se veía nada más.
La niña esperó a oír sus pasos alejarse, durante dos largos minutos, pero no escuchó nada por un buen rato. Extrañada, decidió asomarse con cautela hacia el pasillo grande. El anciano había desaparecido. Qué raro, pues aquel lugar era tan silencioso que fácilmente se podían oír los pasos de alguien al caminar.
Como realmente parecía estar sola, la niña se confió y salió de la zona restringida de la biblioteca, cruzando la verja de hierro que la separaba de la zona pública, la cual presentaba el aspecto de una biblioteca más normal, más cálida e iluminada que la otra sombría zona. Era una muy extensa sala circular, cubierta por un techo tan alto como diez pisos, donde se alternaban muros de piedra con ventanales de cristal desde el suelo hasta la cúspide, por los que pasaba la luz anaranjada del atardecer. Entre las incontables estanterías, se alternaban mesas de trabajo, grandes y pequeñas, y había varios árboles plantados en pequeños jardines intercalados.
En ese momento, no había nadie más que ella en la biblioteca, así que, orgullosa de su hazaña y con calma, se dirigió hacia la salida.
No obstante, notó algo. Notó esa energía especial. Provenía de uno de los árboles, uno que estaba justo detrás de ella.
—Hahh… —suspiró la niña con fastidio, y habló con un tono un poco avergonzado—. No hace falta que siga escondido. Puedo sentirle.
Aquel árbol movió sus ramas, y en su tronco se abrieron dos ojos de luz dorada. Comenzó a cambiar de forma, a transformarse, a convertir su madera de regreso a carne, hueso y ropas, y sus hojas de regreso a largos cabellos blancos. El anciano recuperó su cuerpo normal. Cuando sus ojos dorados se apagaron, se apoyó sobre una de las mesas, cruzándose de brazos. La niña se dio la vuelta y lo miró con una sonrisilla culpable.
—Esta es la octava vez en tres años que te encuentro serpenteando entre las estanterías privadas de mi templo. Ávida de conocimiento demasiado avanzado para su edad, y una implacable manía de saltarse las normas y sentirse orgullosa de ello. Hija de Neuval Lao eres sin duda. ¿Qué libro has tomado sin permiso esta vez?
—Solamente un cuento bonito, para leérselo a mi hermanito Yenkis.
Alvion cerró los ojos un momento. Después los abrió y se acercó a la niña. Se agachó frente a ella para ponerse a su altura.
—Cleventine —le dijo con cariño—. Decir mentiras es algo malo.
—La mentira está infravalorada. No importa si es buena o mala. Importa si es necesaria o innecesaria.
—¿Por qué necesitarías mentirme?
—Porque usted aún no comprende. Aún no sabe.
—¿Comprender qué? ¿Saber qué?
—No está preparado para descubrirlo aún, señor Zou. Un día, desafortunadamente, la verdad le dolerá. Más que cien huesos rotos, más que mil cuchillos en la piel. Por eso, por ahora, la mentira es lo más piadoso que puedo darle.
No era la primera vez que aquella niña tenía estas extrañas conversaciones con él. Alvion aún encontraba raras, pero intrigantes, las palabras de esta peculiar muchacha que ya desde muy pequeña le había sorprendido con su forma de hablar y de entender las cosas. Sentía una inexplicable e incomprensible conexión con ella. Pensaba que era, probablemente, porque se trataba de la nieta de sus queridos y admirables Hideki y Emiliya, dos de los iris más extraordinarios que habían trabajado para él hasta ahora, y cuya muerte Alvion seguía lamentando mucho, aún después de siete años.
—¿Cómo lo haces? —preguntó el anciano.
—¿El qué?
—Eso que dices de “sentirme”. Siempre me encuentras, te percatas de mi presencia, incluso si me transformo en un árbol.
—No era una transformación muy lograda. Algunas hojas tenían cabellos blancos.
—¿Otra mentira piadosa?
—Nah, una mentira burlona, más bien —sonrió—. Porque la respuesta a esa pregunta se trata de una bonita verdad.
—Pues dime cuál es.
—No está preparado —insistió ella.
Alvion suspiró. Definitivamente, no entendía a esa niña. Pero siempre hacía estas cosas cada vez que venía al Monte Zou de visita con su familia, sobre todo algunas semanas durante las vacaciones de verano. Desde que tenía 5 añitos, empezó a escaparse y a moverse sola por las tierras Zou, a curiosear, observar, conocer, entrar en lugares que no debía… Este ya era el tercer año consecutivo, por lo que el anciano ya conocía el peculiar interés de esta niña por ese tipo de libros, por la naturaleza humana, por la vida y el mundo.
—¿Por qué te interesa leer este tipo de libros? —sonrió Alvion más dócil, resignándose a aceptar que no tenía forma de regañarla como a una niña normal, porque ella no era normal.
—Porque mi papá siempre me dice que para cambiar o arreglar el mundo, primero hay que conocerlo; luego, entenderlo; y luego, abofetearlo en los lugares correctos.
—Eso te dice, ¿eh? —hizo un gesto un poco desaprobatorio—. Esas cosas no deberían preocupar todavía a una niña humana de 7 años.
Cleven se encogió de hombros, sin decir nada, manteniendo esa sonrisa juguetona.
—Todos los Vernoux que he conocido escapan de mi comprensión… —murmuró Alvion, pues por alguna razón, se quedó absorto mirando los ojos verdes de Cleven, sintiendo algo especial detrás de ellos.
—¡Ajá! —exclamó una voz de repente por la biblioteca. Era Neuval, entrando por la puerta, señalando a Cleven con los dos brazos.
—Especialmente este majara —añadió Alvion entre dientes.
—¡Aquí estás, mi suflé de frambuesa! —Neuval llegó hasta ellos—. Te he estado buscando media hora por todas partes. ¡Siempre te me escapas! ¿Qué has hecho esta vez? ¿Te está regañando este Zou gruñón?
—Sólo hablábamos del tiempo, papi —dijo ella con inocencia.
—Aaauu… —se enterneció Neuval, y miró a Alvion—. Esa es una adorable mentirijilla. ¿Qué ha hecho? —le preguntó a Alvion.
—Tan sólo dile a tu hija —respondió el anciano— que no debería colarse más en la zona privada de la biblioteca sin permiso. No es un lugar adecuado para una niña como ella.
—¡Cleven! ¿¡Es eso verdad!? —exclamó Neuval, cruzándose de brazos con enfado—. ¿Tienes idea de por qué estás en problemas ahora?
—Porque… ¿me he saltado las normas? —preguntó ella.
—¡No! ¡Porque te han descubierto saltándotelas!
—N… No era eso lo que quería deci-… —intentó corregir Alvion.
—Muy mal, Cleven. ¿Cómo puedes dejar que te pillen tan fácilmente? Tienes que entrenar más duro las artes de la discreción para que puedas romper las normas sin que te descubran.
—¡Fuujin! —protestó Alvion, incrédulo.
—Ven, chiqui —Neuval le tendió la mano y la niña se la agarró, y se fueron marchando de allí—. Te voy a enseñar cómo se hace. Te voy a enseñar cómo colarte en el dormitorio de Alvion cuando ni él ni nadie se lo espere ni se den cuenta. Le pondremos escarabajos y gusanos por la cama, y le robarás su ropa interior, para después exhibirla en las calles de la Ciudadela…
—¡Fuujin! —se quejó Alvion otra vez, haciendo un gesto de mayor incredulidad e incomprensión.
—¡Hahaha…! ¡Papi, no! ¡Eso es pervertido! —se reía la niña.
—¡Sí, es divertido!
—¡He dicho “pervertido”!
—¡Eso, divertido!
Las voces de ambos Vernoux se disiparon. Alvion se quedó ahí parado en medio de la solitaria biblioteca, todavía con esa cara de incredulidad y una vena hinchada en la frente.»
Cleven cerró los ojos de repente. Se llevó una mano a la cabeza, notando un breve dolor punzante. Regresó al mundo real. No sabía qué acababa de pasar. Tenía la sensación de haber revivido algún recuerdo lejano, pero su memoria le fallaba, una vez más. Al final, olvidó siquiera haber visto a aquel anciano entre la gente del festival, el cual ya se había perdido de vista por algún otro lugar. Por eso, Cleven miró confusa a su alrededor, preguntándose qué estaba haciendo ahí. «¡Ah, sí!» vio las bolitas dulces en el palillo que sujetaba en su mano, «Tengo que pagar este dango». Sacó una moneda de su bolso y se la dio a la vendedora.
Volvió al lugar donde había estado antes con Yako, mientras se comía sus pastelitos. Encontró al chico medio escondido junto a una caseta, con aire nervioso. Hace un minuto había visto a Alvion pasando por ahí, reuniéndose con sus dos guardianes. Por suerte, los tres ya se marcharon del lugar.
—¿Yako? —lo llamó Cleven—. ¿Qué pasa?
—¿Eh? —la miró—. Ah, nada, nada —sonrió, emprendiendo la marcha de nuevo—. Ven, vayamos con los demás.
«Si Alvion sigue deambulando por la ciudad, significa que todavía está buscando a Fuujin» pensó Yako. «Madre mía… Si Cleven supiera el lío en el que está metido su padre… Me pregunto dónde estará Fuujin ahora».
* * * *
Pues Neuval estaba en el cementerio, sentado sobre la fría hierba de un terreno apartado. Arrancaba hierbitas distraídamente frente a sus piernas y las tiraba a un lado después, sin ningún motivo en especial. Contemplaba la lápida que tenía frente a sus tristes ojos grises, con forma de obelisco vertical, sus letras grabadas, su nombre… En la pulida superficie de granito, rezaba: “Ekaterina Saehara, fallecida a los 38 años”.
Solía ir a visitarla sin que nadie lo supiese cuando se sentía mal, o solo, o perdido en algo. Y hablaba con ella, imaginándosela sentada a su lado, contemplando la ciudad desde lo alto de la colina junto a él. «Cuida de Cleven esté donde esté, Katya» pensó. «No dejes que le pase nada malo mientras yo la busco, ¿vale? Por favor, tampoco dejes que haga alguna estupidez».
Esa no era su única preocupación ahora. Neuval seguía cavilando sobre su decisión, acerca de lo que Denzel le explicó. De todas maneras, ya se había decantado más por una cosa que la otra, pero el “no”, mientras haya un “no” pequeñito, vence al “sí”. Había que hacer desaparecer las dudas asociadas a cualquier ápice de “no”.
La tarde, ya oscura, era muy apacible en aquel lugar. Lo cierto es que daba bastante miedo, todo rodeado de lápidas y algo de niebla; apenas había luz, y no había absolutamente nadie más que él. Sin embargo, él sentía la compañía de su alma gemela, de alguna manera, que superaba a estar acompañado por mil personas. Estuvo recordando eventos del pasado, de su época feliz. A lo mejor hurgando en el pasado encontraba algo interesante que aportar en su decisión. Pero quizá, también, buscaba rememorar algo alegre, algo que le hiciera sonreír por una vez... Tan sólo una vez más, quería recordar buenos tiempos.
Hace 20 años...
«—¿Qué estás haciendo? —le preguntó un niño pequeño, de unos 5 años.
Neuval estaba agazapado en el suelo, escudriñando discretamente el interior de uno de los baños del pasillo de la casa, tras la puerta medio abierta.
—Chitón —lo mandó callar, haciendo aspavientos con una mano.
El niño frunció el ceño, se agachó junto a él y se quedaron observando a una mujer de cabello rojo oscuro y de ojos verdes que se miraba frente al espejo del baño. En ese momento estaba sacando de uno de los cajones un bote de crema. Cuando el niño escuchó a Neuval reírse por lo bajo, entornó los ojos con reproche.
—¿Qué le has echado a ese bote?
—Verás, pequeño Ichi —dijo Neuval con malicia—. ¿Recuerdas cuando Katya me engañó ayer en la cena, diciéndome que aquellas croquetas eran mis favoritas de carne, pero en realidad eran croquetas de pepino, y tras comerme una entera estuve con náuseas toda la noche? Pues me estoy vengando. ¿Qué te parece?
—Pues... —reflexionó Izan, poniéndose en postura filosófica—. Una parte me dice que debo prevenir a mi hermana mayor de peligros, pero... la verdad es que tengo ganas de verla gritar, muajaja... —rio perversamente.
—Muajaja, pues ya verás —rio Neuval de la misma forma.
Cuando Katya desenroscó la tapa del bote, frunció el ceño con extrañeza al ver que el potingue era de color negro.
—¿Eh? —dijo, fijándose bien en la etiqueta, a ver si se había equivocado—. No sabía que esta crema facial fuese negra... En fin —se encogió de hombros—, aquí dice que hidrata de maravilla.
Empezó a aplicarse la crema por toda la cara, y después fue repasando para que absorbiera. Sin embargo, por más que lo intentaba, la crema no se absorbía. Se frotó la cara más fuerte, comenzando a alarmarse, hasta que se le quedó todo seco y toda la cara totalmente negra.
—¿¡Pero qué...!? —saltó, inclinándose hacia el espejo para verse bien.
—Parecéis dos críos —les dijo Lex a su padre y a su tío, pasando de largo por el pasillo hacia su habitación.
—Pues tú tienes 5 años y no lo pareces —le replicó Neuval, sin apartar la mirada del interior del baño.
—Alguien en esta casa tiene que comportarse como un adulto —le espetó Lex con reproche, poniendo los bracitos en jarra.
—Aah... —Neuval se dio la vuelta y comenzó a gatear por el suelo lentamente hacia él—. Disculpe, señor adulto... Ya que sabes tanto del tema... —sacó del bolsillo de su pantalón las llaves de su coche—. ¿Puedes ir a poner gasolina al coche? ¿Y de paso ir al banco a reclamar una comisión no declarada? No te olvides de limpiarme el culito cuando termine de hacer mis cositas en el retrete.
—Oki, eso está hecho —Lex le arrebató las llaves del coche y pasó por su lado—. Pero olvídate de lo último.
Neuval se quedó perplejo.
—¡Pero serás...! —gruñó, y atrapó a Lex entre sus brazos y piernas, y empezó a hacerle cosquillas, rodando por el suelo. Lex no pudo evitar partirse de risa ante el ataque.
—¡Sssshh! —los calló Izan, todavía espiando en la puerta del baño—. ¡Que nos va a descubrir! —exclamó en voz baja.
Para cuando Lex logró escapar de su padre, se oyó un grito por toda la casa.
—¡Yaaaggh! —Katya se llevó las manos a la cara, y luego empezó a agitarlas con gran rapidez, intentando abanicarse—. ¡Pica, pica! ¡Aaah!
Ahí Neuval e Izan se tiraron por los suelos, llorando de la risa. Entonces Katya, que los oyó, abrió la puerta del baño de forma que casi derrumba la pared, mirándolos con rayos en los ojos y destacando unos dientes blancos apretados de ira entre un fondo negro.
—¡Neuvaaal! —chilló histérica, sintiendo los picores—. ¡Neuval Vernoux Soreil D’Elorie, me las vas a pagaaar!
—¡Qué engendro, jajaaajj...! —Neuval la apuntó con el dedo, carcajeando, aún tirado en el suelo.
—Govnyuk, mudak, natyanut’ galsz na zhopu, sukin sin, aarrghkmxftgh...!
—¡Oh, no! ¡Se ha puesto a insultarnos en ruso! ¡Huyamos! —exclamó Izan, poniéndose en pie como una bala y agarrando a Neuval de un tobillo para llevárselo de allí y salvarlo.
Así, el pequeño, cargado de adrenalina, arrastró a su cuñado literalmente por el suelo del largo pasillo mientras Katya corría tras ellos vociferando las peores palabrotas en ruso. Cuando Izan acabó llegando al piso de abajo, después de haber arrastrado al pobre hombre escaleras abajo, y Katya a punto de dar el salto del puma sobre ellos, se abrió la puerta de la entrada y apareció un hombre, que tenía un largo cabello rojo y unos ojos azules como el hielo tras unas gafas; las mismas gafas que Lex llevaría en el futuro. Era Hideki Saehara. Todo se quedó en pausa.
—¿Qué pasa? ¿Qué haces ahí parado, Hideki? —preguntó una mujer rubia apareciendo al lado de él.
—Creo que nos hemos equivocado de casa, corre... —se apuró el hombre, llevándose a su esposa hacia fuera.
—¡No, no! —saltó Katya, corriendo hacia ellos—. ¡Papá, mamá, esperad!
Los retuvo en la entrada y empezó a darles todo tipo de excusas, pero sus padres no podían fijarse en otra cosa que en su cara negra. Neuval le hizo una seña a Izan para que se alejasen de ahí a hurtadillas.
—Fuujin —lo detuvo su suegro con voz potente, que los había pillado.
—Mierd-... ¡Hola, maestro Hideki! No te había visto —sonrió Neuval con cara angelical, poniéndose en pie de un salto frente a su Líder—. Qué guapo estás hoy. Tu larga melena roja reluce aún más roja.
—¿Qué le has hecho a mi hija? —susurró fríamente, entornando los ojos.
—¡Ha sido Izan! —declaró Neuval firmemente, apuntando a su pequeño cuñado descaradamente con el dedo.
—Izan... —gruñó Hideki, mirando al niño.
—Izan... —gruñó Neuval, imitando la misma pose severa.
—¡Es mentira! —protestó el niño, desconcertado—. ¡Ha sido este francés loco! ¡Papá, lo juro, yo no he sido!
Tanto Hideki como su esposa Emiliya miraron a uno y a otro, sin saber a quién creer, mientras Katya permanecía ajena a todo, recapacitando sobre lo que estaba pasando, alicaída. Estaba ella tan tranquilita... Neuval siempre le gastaba bromas pesadas a Katya, pero ella no podía decir que era mejor persona. Desde que se casó con él, le cogió también el gustillo a gastar bromas así. Anoche ella fue bastante cruel con esas croquetas de pepino. Este alimento le daba arcadas a Neuval sólo con olerlo.
El pobre Lex se pasaba varios días a la semana viendo a sus padres comportándose como críos, y más de una vez lo utilizaban como mensajero. Incluso una tarde, haciendo los deberes del colegio, un misterioso globo de agua estalló sobre sus cuadernos y al día siguiente se lo tuvo que explicar a su profesora, muerto de la vergüenza. Se podía esperar más seriedad de unos padres, pero Neuval y Katya seguían siendo unos jóvenes de 25 años. Y estaba claro que esa diversión llenaba la casa constantemente de risas y alegría.
—Ha sido mi padre —irrumpió Lex con aire serio y tranquilo, bajando las escaleras.
—¡Judas! —brincó Neuval, dolido.
—¡Tesoro! —exclamó Emiliya, corriendo a abrazar a Lex con un brazo y a Izan con el otro—. ¿Qué tal mi hijito y mi nietito? ¿Habéis pensado ya qué querréis para vuestro próximo cumple?
—Hola, abuela —sonrió Lex, dejándose achuchar por ella—. Tío Ichi y yo lo hemos hablado, queremos celebrarlo aquí en mi casa.
—¿¡Q-...!? ¿¡Disculpa!? —intervino Izan, incrédulo—. ¡Te dije que yo no quiero aquí, quiero hacerlo en el Hiper Fun Park!
—Pues tú lo celebras allí y yo aquí —refunfuñó Lex.
—No podemos hacer eso, nacimos juntos el mismo día y por tanto cumplimos el mismo día —refunfuñó también—. Tenemos que hacerlo juntos en el mismo lugar como siempre.
—Venga, pequeños, no peleéis —dijo Hideki, revolviendo el pelo de ambos—. Sois los mejores amigos del mundo, ¿recordáis? Id pensándolo un poco más, aún queda tiempo.
—Abuelo —lo llamó Lex—. ¿Adónde vamos hoy?
Aquel domingo, como muchos otros, Hideki y Emiliya iban a la casa de su hija para pasar la tarde con su nieto Lex. Normalmente venían con Izan, pero este ya se encontraba ahí porque le gustaba pasar mucho tiempo en la casa de su hermana y jugar con su sobrino, ya que él y Lex eran inseparables. En cuanto a Brey, en ese momento estaba dentro del vientre de Emiliya, aún no había nacido.
—Pues hoy le toca elegir a Izan —contestó Hideki.
—¡Cine! —saltó este de inmediato.
—Ya fuimos al cine hace poco, tío Ichi —refunfuñó Lex.
—¡Deja de ser tan huraño! ¡Te pareces a mi padre!
—Hey... —refunfuñó Hideki con la misma cara que Lex, ofendido.
—Como tío tuyo te ordeno que te sometas a mí —siguió discutiendo Izan con Lex.
—¡Tonto!
—¡Caraculo!
Hideki, poniendo los ojos en blanco, decidió dejar a ambos niños con su discusión y se fue a buscar a Neuval, que había huido del vestíbulo. Mientras tanto, Katya se acercó a su madre, sonriente, y posó sus manos sobre su hinchado vientre.
—¿Habéis decidido ya cómo llamarlo, mamá?
—Pues mira —le explicó Emiliya—. Tu padre quiere ponerle nombre japonés, entre Eichiro y Hiroshi, pero yo no quiero ninguno de esos, yo quería ponerle entre Rüzovs y Míkel...
—No sé, mamá...
—No, ya sé que esos no —la tranquilizó, quitándole cuidadosamente la pringosa máscara negra de la cara—. Nos hemos decidido por uno más sencillo: Brey. Así es como se llamaba un tatarabuelo mío, hace dos siglos. Fue uno de los iris más brillantes del linaje Smirkov, y de la Asociación.
—Mm... —murmuró Katya, pensativa, rascándose su cara por fin libre pero algo enrojecida—. No está mal. Izan, ¿qué te parece llamar Brey a nuestro nuevo hermanito?
—¡Me da igual cómo se llame, yo sólo quiero que nazca ya! —sonrió el rubio, dejando un momento de pelearse con Lex—. Pero es mejor nombre que el mío.
—¿Qué? ¡De eso nada! —rezongó Emiliya—. Te puse tu nombre en honor a mi madre, Izna. Debes llevar ese nombre con orgullo, Izan, tu abuela es la iris más respetada y temida de todo el hemisferio oriental. Y estás tan loco como ella, razón de más.
—Tú también estás loca como ella, mamá —se rio Katya—. ¿Cómo es posible que seas una Shokubutsu y no una Yami como ella? Los elementos dependen mucho del carácter.
—Oh, cariño, yo iba a ser una Yami. Pero como era lo que toda mi familia esperaba, quise llevarles la contraria y elegí ser Shokubutsu.
—Te encanta llevar la contraria, ¿eh? —suspiró Katya.
—Joder, ¿sabes lo divertido que es?
—¡Mamá! No digas esas palabras delante de Izan y de Lex.
—¿No estabas tú gritando todo el diccionario ruso de palabrotas hace unos minutos? Déjame desahogarme, cielo, que llevo meses sin probar una maldita cerveza —suspiró Emiliya, acariciándose el vientre.
Katya se rio. Algo muy peculiar de Emiliya Smirkova es que era la mujer más divertida y más bruta del mundo, de estas que tras beberse una cerveza solía aplastar la lata contra su cabeza o abrir las puertas con una casual patada. Todo lo contrario a su marido. Neuval solía presumir de que le había tocado tener la mejor suegra de la historia.
Podía parecer un poco raro que Katya, a sus 25 años, fuese a tener un hermano que además sería tío de su hijo con casi cinco años de diferencia, y luego Izan y Lex eran tío y sobrino de la misma edad, pero así estaban las cosas. Emiliya y Hideki tenían 45, tuvieron a Katya a los 20, y esta a Lex también a los 20, pero no era tan inusual. Por aquella época seguía habiendo gente que se casaba temprano.
Por otro lado, Hideki acabó encontrando a Neuval en la cocina metiendo en una mochila grandes cantidades de chocolatinas de una despensa.
—¿Qué haces, Fuujin? —se extrañó, apoyándose contra una de las encimeras y cruzándose de brazos.
—Katya y yo vamos a aprovechar esta tarde que Lex se queda con vosotros para irnos con Pipi a investigar sobre el grupo terrorista Bin-Bak. Es una misión de vigilancia, así que tengo que coger provisiones —le mostró los dulces.
—Fuujin, creí haberte dejado claro que la operación Bin-Bak queda clausurada. Que yo sepa no te he dado órdenes de ir a investigar. ¿Tu padre te ha dicho algo?
—Fue él, de hecho, quien ha dado con la información de un posible nuevo paradero —le sonrió alegremente. Pero Hideki siguió mirándolo fijamente, muy severo—. ¡Vale, vale! Ya sé que cuando el Guardián encuentra información de este tipo, los demás no podemos hacer nada hasta que él se lo informe al Líder y el Líder nos dé órdenes. ¡Pero es que mi padre no te iba a informar hasta mañana, porque sabe que hoy tienes tu día libre con Lex!
—Llevo ya muchos años lidiando con tu impaciencia, Neuval. No puedo seguir eximiéndote estos impulsivos caprichos, ya eres un adulto.
—Maestro, no puedo dejar que esos cabrones sigan sueltos por ahí. Alvion dijo que los quería muertos. Ya sé que necesitamos el elemento de Emiliya, pero como está de baja por su embarazo, he pensado en pedir prestado a la ARS a su elemento Planta.
—¿Desde cuándo te importa lo que quiere Alvion?
—No es por eso —dijo levantando el dedo y dirigiéndose hacia la salida de la cocina, pero se paró a su lado—. Yo no espero a saber qué es lo que quiere Alvion para actuar, yo actúo para saber qué necesita el mundo. Y el mundo necesita que esos terroristas desaparezcan de una vez. Es así como considero correcto llevar las cosas, maestro. No te ofendas, eres un gran Líder, incluso un buen suegro, a pesar de tus malas pulgas, y estoy muy a gusto en la SRS y todo eso, pero… Necesito empezar a llevar las cosas por mi propio camino. Algún día, maestro, algún día crearé y lideraré mi propia RS —le dijo con un tono cargado de emoción.
—Aunque te conviertas en Líder de tu propia RS, seguirás teniendo el deber de esperar a que Alvion te dé la misión. Esperar el permiso de Alvion o sus órdenes para actuar o no contra una banda criminal tiene una lógica razón de ser, Neuval. Él es quien realiza la primera investigación principal sobre la existencia de una banda criminal o terrorista, o sobre la actividad o el crimen que están planeando llevar a cabo. Él crea la misión, y el Líder organiza el modo de cumplirla. Un Líder no puede crear las misiones de gran envergadura contra bandas grandes o internacionales. No olvides que Alvion cuenta con una inteligencia superior a la del resto del mundo, y para crear una misión grande debe tener en cuenta miles de consecuencias, repercusiones, detalles y posibles problemas paralelos.
Hideki se calló al ver que Neuval estaba ahí de pie, sujetando la mochila al hombro, con los ojos cerrados, y se le caía la cabeza un poco a un lado.
—¿Neuval? —lo llamó.
—¡Ggnah! —dio un exagerado ronquido, abriendo los ojos de golpe y haciéndose el sorprendido—. Ah… disculpa, Hideki. Por un momento estaba soñando que me aburrías con un discurso sobre Alvion y el deber.
—¿Y si te parto con un rayo? —le espetó molesto, generando descargas eléctricas por sus brazos cruzados.
—Maestro, de verdad. ¿Desde hace cuánto me conoces? ¿Casi quince años? No es por alardear, pero creo que he demostrado ya muchas veces tener una inteligencia equiparable a la de Alvion.
—Pero nunca podrás equipararte a su experiencia por obvias razones de diferencia de edad. Alvion tiene 90, y tú 25.
—Pues en algún momento tendré que comenzar a adquirir la experiencia, ¿no?
—Aaay… —suspiró Hideki largamente, cerrando los ojos. Casi siempre era imposible hacer cambiar de parecer a Neuval cuando se obcecaba con un objetivo.
—Cuando cree mi propia RS, espero que me dejes meter a mi padre en ella.
—¿Me vas a hacer renunciar de mi SRS a mi Guardián, mi mejor amigo y el iris más fuerte del planeta? —protestó Hideki.
—No hará falta, Kei Lian será totalmente incapaz de dejarme solo en mi propia RS y tomará la decisión él mismo de mudarse a ella.
—Te aprovechas de su debilidad por ti.
—Soy su hijo. La debilidad que siente por mí y por Sai es eterna e inevitable —sonrió—. La pena es que Pipi no tiene más remedio que quedarse en tu SRS, ya que va a ser tu sucesor, ¡pero mejor así!, porque entonces los dos seremos Líderes y tendremos RS hermanas.
—Neuval. De verdad. Aún eres muy joven —insistió—. Y tienes que ocuparte de un hijo pequeño y de tu mujer. Y estás en camino de crear una multinacional. ¿Crees que podrás añadir a tus responsabilidades algo tan grande como dirigir una RS creada por ti? ¿Tanto ansías llevar tu trabajo de iris por tu propio camino? ¿Es sólo por eso, porque quieres trabajar más a gusto y nada más?
—Por supuesto que no es sólo por eso —contestó Neuval, esta vez poniéndose muy serio, y Hideki lo miró sorprendido por ese cambio de tono—. Nadie acoge a los iris menores de 10 años, Hideki. ¿No te has dado cuenta? Las plazas se están llenado con iris jóvenes y adultos, mientras que la mayoría de esos niños están sin un lugar a donde ir y otros esperando y aguantando en sus casas las ganas de usar su iris para combatir las injusticias. Necesitan hacer algo, sentirse útiles. Crearé mi RS y poco a poco integraré a esos niños que nadie quiere, y convenceré a más RS para que les den una oportunidad a los demás. Y te juro que mi RS será la mejor del mundo. Mi KRS.
Con una última sonrisa llena de esperanzas e ilusiones, Neuval salió de la cocina con su mochila de chocolatinas. Hideki permaneció ahí, pensativo.
—¡Apartaos de mi mujer, pequeños gusanos! —oyó a Neuval desde el vestíbulo.
—¿¡A quiénes llamas gusanos!? —exclamaron los dos niños.
—¡Aaah! —se oyó gritar a Lex—. ¡Me estás llenando de babas, papá!
—¡Darte una docena de besos de despedida es obligatorio para el éxito de mis misiones, Lex! —le decía Neuval.
—Eso de besar es normal en los franceses, ¿no? —preguntó Izan.
—¡Uah, Neuval! ¿¡Qué haces!? —gritó Katya—. ¡Que no soy un saco de patatas! ¡Bájame al suelo! ¿¡Y qué haces con esa bolsa llena de chocolatinas!?
—¿Cómo, no quieres que las lleve para la vigilancia?
—¡Claro que sí, pero tú y Pipi tenéis prohibido comerlas! ¡Son todas mías!
—Ayyy, mi glotona… —sonrió Neuval con cariño—. ¡Lex, te quiero, pórtate bien con tus abuelos y con tu tío! ¡Hasta luego!
Y se oyó la puerta cerrase y reinó el silencio y la calma. Hideki, aún en la cocina, suspiró con una leve sonrisa, negando con la cabeza.»
Claro... ¿Por qué seguir engañándose? El objetivo de todo iris es encontrar la felicidad absoluta y colectiva mediante la justicia verdadera. Era el deber por el que existían: evitar y combatir los males, tanto para ellos mismos como para los demás. Darle a la humanidad un verdadero sentido.
Es el camino que Neuval eligió firmemente a los 12 años y estuvo siguiéndolo durante muchos años después. Todo tipo de males que se encontraba obstruyendo su camino los eliminaba, pero la muerte de Katya se convirtió en un repentino terremoto. Formó una grieta en este camino y Neuval cayó por ella. Llevaba siete años cayendo por ella.
Ahora, podía dejar de caer, de una vez por todas. Sentía que ya era momento de agarrarse a algo. Se sentía capaz, tal vez no de superarlo, pero sí de empezar a intentarlo, y dejar de estar a merced de la fuerza de la gravedad del pasado. Katya siempre se lo decía antes de cualquier misión que iban a emprender. Le decía que recordase, que recordase, que nunca olvidase, todas las cosas por las que él había pasado desde que nació, todas las desgracias que había sobrevivido, y cuál era el motivo gracias al cual siempre había seguido adelante.
Y el motivo para Neuval siempre era el mismo. Proyectar su mayor miedo. Katya le dijo que, ante una crisis o un dilema, proyectara en su cabeza tres posibles futuros. En cada uno, existía un Neuval diferente. En uno de esos futuros, había un Neuval muerto por suicidio. En otro, había un Neuval pasando el resto de su vida en un hospital o en un callejón con consecuencias irreversibles de salud por el excesivo consumo de drogas y machacado por la depresión. Y en el tercer futuro, había un Neuval sano, fuerte, contento y entusiasmado. En el primer futuro, sus hijos, su familia y amigos cercanos estaban marcados para siempre por su suicidio. En el segundo futuro, sus hijos, su familia y amigos se habían alejado de él y no querían estar más con él. En el tercer futuro, sus hijos, su familia y amigos estaban a su lado, disfrutando juntos del día a día, comidas, cenas, cumpleaños, vacaciones, viajes, experiencias… durmiendo cada noche con la conciencia tranquila.
«“¿Cuál de esos tres Neuval quieres acabar siendo?”» se preguntó a sí mismo, pero recordando la voz de Katya haciéndole esa misma pregunta en los momentos difíciles que habían vivido.
Había una cuarta versión de Neuval que Katya sabía que existía y que nunca quiso incluir en esa lista de posibilidades. Un Neuval muy diferente. Oscuro, aterrador, vil y demoníaco. Un monstruo de tinieblas y de terroríficos ojos plateados sedientos de sangre y destrucción. Era la versión de sí mismo que Neuval creía poseer todavía en algún rincón de su interior. La versión de sí mismo que más le atemorizaba, porque era prácticamente la versión que le recordaba a Jean. Era el Neuval que menos veces había sacado a la luz a lo largo de su vida, pero cuando lo había hecho, era el que más daño había causado al mundo. Él creía que este Neuval aterrador era el que se manifestaba cuando padecía un brote de majin, como el que había aniquilado y despedazado a aquellos 12 delincuentes el otro día. O como el que destruyó la mitad de Japón hace siete años tras encontrar el cuerpo asesinado de Katya.
Lo que tenía claro, es que los tres Neuval de los tres peores futuros habían llegado a ese destino por seguir cayendo por el abismo de esa grieta. Y el único Neuval con el futuro más positivo y lleno de luz era el que había decidido hacer un gesto muy pequeño y muy sencillo, alargar un brazo y agarrarse a una piedra. Eso no lo iba a sacar de la grieta, pero al menos iba a detener su caída. Y era un comienzo.
«Estoy cansado de tener miedo de las cosas incorrectas» pensó, llevándose una flor arrancada bajo la nariz. «No debo temer la muerte, sino morir en vida. No debo temer tanto que mis hijos estén peligro, y temer más que sean infelices y sufran. No debo temer quién soy, sino a aquel en quien no quiero llegar a convertirme».
Se puso en pie sobre la colina y miró al horizonte, las luces de la ciudad. «Y yo soy Fuujin. ¡El más poderoso!».
Y eso no era todo. Había más cosas que estaban cambiando, avecinándose, acechando, y debía tenerlas bien presentes si iba a tomar definitivamente una decisión.
«Takeshi Nonomiya se jubila» recordó. «Y tengo el presentimiento de que Hatori se saldrá con la suya. Si sale elegido, comenzará a hacer cambios radicales, retomará el proyecto abandonado por su padre y será el fin de esta calma de siete años. Hatori reanudará La Caza e irá a por todos nosotros. No tendrá piedad. Tengo que pensar en mi familia, y en mis hermanos iris. No puedo quedarme de brazos cruzados. No nos espera nada bueno».
«Yo también tengo que reanudar mis proyectos» pensó, tirando la florecilla colina abajo. «Hoteitsuba, mi familia y mi KRS. Merecen a un mejor yo. El mundo merece a un mejor yo. Y voy a serlo. No soy un problema, no soy un fracaso, no soy un caso perdido, no soy Jean. No soy un monstruo…» pensó esto último con un ápice de duda. Pero luego volvió a ponerse firme.
«Hay un monstruo del que sí debo preocuparme. Izan… has vuelto a dar señales de vida después de tantos años. Has regresado a Japón, a Tokio. Atacas a Kyo para dar una señal de ello. Y te apoderas de lo que probablemente era un talismán de los Knive. ¿Por qué? ¿Qué tramas? ¿Qué objetivo puede tener un arki como tú? Katya… lamento que tu hermano haya acabado convirtiéndose en esto. Pero te prometo que me encargaré de él, y de que la memoria de Ichi no sea mancillada».
Sonrió. Cerró los ojos y se metió las manos en los bolsillos. Después se quedó observando la ciudad llena de luces desde lo alto de la colina del cementerio, con el viento gélido de la noche meciendo sus cabellos. Liberado. Así es como se sentía por primera vez en muchos años. Izan, Hatori o quien fuera, no importaba la amenaza. Ya era hora de plantar cara. Miró por última vez la lápida de Katya.
* * * *
Pipi, que se encontraba reunido con su Segunda, Waine, y con su pequeño Guardián, Jannik, en lo alto de un rascacielos discutiendo algunos asuntos de misiones, dejó de hablar de repente cuando su visión captó algo extraño. Al percatarse, Waine y Jannik se giraron para ver también.
—¿Qué es aquello? —preguntó el pequeño Jannik.
—¿Qué diablos...? —musitó Pipi, desconcertado.
Los tres observaron aquella intensa luz blanca brillando en una muy lejana colina. Y de pronto, vieron cómo se alzó hacia el cielo nocturno, hasta disiparse entre las nubes. Un cosquilleo recorrió el estómago de Pipi, y una risa nerviosa se le escapó por la boca.
—No... —sonrió—. ¿¡No será...!?
No cabía duda, no se les pasó por alto. Aquella era la huella de una persona, y todos sabían que sólo había un iris en el mundo capaz de surcar los cielos. Esa luz blanca nunca había brillado tanto en los últimos siete años.
Me fascina ese momento donde Cleven por un momento recuerda el pasado en el Monte Zou, debia resulta muy peculiar para todos escucharla hablar de forma tan mistica y misteriosa, sin tener idea de a que se refiere. Como aun asi Alvion ya notaba algo en ella que no podiá tampoco describir sobre que era.
ResponderEliminarMe pregunto hasta que punto era consciente Cleven en ese entonces de lo que podia o no hacer y de su forma de pensar, es decir que tan consciente era entonces de si misma, teniendo en cuenta que claramente todos los hijo de Neuval como vien dice Alvion, son especialitos cada cual a su modo peculiar.
Claramente Cleven el estar exponiendo a todo eso que ya no tiene, esta provocandole como esas algunas en sus recuerdos, que no terminan de atravesar la nube que le hizo borrar todo lo que recordaba, o peor todo lo que sentia por toda esa personas. AL final Neuval no solo borro sus recuerdos, sino que eliminó los sentimientos que se tenian de cierta forma y claramente eso a afectado profundamente a muchos.
me gusta tambien ver como de alguna forma Raijin pocoa poco va bajando la barrera con Cleven tras lo que ella le dijo y als cosas que le ha hehco pensar, al final el pobre con todod eso de ser la persona mas racional que existe, que se contagia de emociones ajenas y solo puede sentir emociones propias con personas muy cercanas, el estar empezando a sentir emociones con una aparente desconocida para el en tan poco tiempo, debe ser enormemente desconcertante y con razon.
De alguna forma el hecho de que Cleven decidiera salir de su burbuja hizo que las ruedas empezaran a girar de neuvo, ya lo ahcian ,e sto solo loa celero´, que emepzarna asurgir esos cambios en la vida, que era necesarios para tantos. La vida de todos empezoa ponerse en movimiento en cierta forma, en el momento que Cleven decidio moverse tambien. Ironico pero entendible y no lo digo proque sea la prota, sino por ella en si mismo xD
Neuval decidió hacer que la rueda de su vida continue ¡PORFIN!
La aparicion de Izan tras tantos años es un marcador importante, porque es considerado un peligro real para todo iris o humanos, indistintamente.
Lo que sino me acuerdo bien era como funcionaba lo del tema del majin, ya que fue hace mucho. Si recuerdo lo de los grados, pero no exactamente como era que funcionaba y como era que lo obtenias, ni como era que podia evolucionar.
Por cierto por mera curiosidad, ¿tienes lo diseños de los tatuajes de KRS y de la SRS? O visuals de como son, porque aunque imagino se ira viendo donde lo tienen cada uno, como ya se menciono el de Neuval, Kei Lian, Kyo o Drasik, me intriga sobretodo el como lucen.